Cuando mencionamos a un genio como Michelangelo, nuestra mente viaja de inmediato a sus obras maestras: «La Piedad», el «Moisés» o el imponente «David». Estas esculturas de mármol, colosales y eternas, han trascendido el tiempo, cautivando durante siglos a todo aquel que se detiene a contemplarlas. El poder de atracción que ejercen es difícil de explicar, pues los sentimientos que despiertan varían según el espectador. Más allá del éxito de su obra, el impacto transformador que Michelangelo tuvo en el arte se evidencia en su influencia sobre otros artistas y en la cultura misma. De hecho, sería imposible comprender la historia del arte hasta nuestros días sin la figura fundamental de Miguel Ángel Buonarroti.
Las grandes dimensiones de las esculturas mencionadas obligan al espectador a mantener cierta distancia para apreciarlas en su totalidad, lo que genera una sensación de respeto y dignidad. Hacia el final de su vida, según nos relata Vasari, Michelangelo se dedicó a trabajar en la figura de Cristo crucificado en un formato más reducido. Ejemplos de estos trabajos son el Cristo inacabado que se conserva en la Casa Buonarroti y un boceto en papel, pintado en el reverso de un soneto, que se encuentra en la Biblioteca Apostólica Vaticana. Este modelo de Cristo, esculpido por el maestro en sus últimos años, se conoce por diversas vías, principalmente a través de las obras seriadas producidas por broncistas y plateros. Las primeras versiones, datadas entre 1540 y 1560, salieron de los talleres de Guglielmo della Porta y Sebastiano Torrigiani, quienes, a través de sus Cristos de bronce, difundieron un modelo innovador de la figura de Cristo crucificado.
Cristo desnudo con el perizonium extraído.
La tradición católica ha representado a Cristo en la cruz utilizando tres clavos: dos en las manos y uno en los pies. Su cuerpo se muestra pudorosamente cubierto con un paño de pureza, conocido como perizonium, un recurso creado para evitar una representación que pudiera ser sexualizada. Sin embargo, las Sagradas Escrituras relatan que Jesús fue despojado de sus vestiduras para someterle al tormento de la cruz. Además, la disposición de los clavos y la postura de los pies se consolidaron como elementos estéticos y doctrinales desde el siglo XIII. Un siglo más tarde, las visiones de Santa Brígida introdujeron la idea de que Cristo fue crucificado con cuatro clavos, y con las piernas cruzadas, teoría que, apoyada por investigaciones recientes, señala que esta postura facilitaba la asfixia de los condenados, evitando que se descolgaran de la cruz. Michelangelo tomó en cuenta todos estos aspectos al concebir su representación de Cristo, integrando el realismo humano con la dignidad divina. Así, creó una figura desnuda, que unía la belleza clásica con la solemnidad y la fuerza espiritual del sacrificio cristiano.
El rostro de Cristo refleja el *pathos* característico de la escultura clásica, transmitiendo una profunda expresión de sufrimiento. La tensión en su cuerpo se revela sutilmente a través de las venas tensas y una musculatura suavemente delineada. La representación del cuerpo desnudo del Salvador, por su realismo y crudeza, pudo resultar profundamente provocadora, lo que explica su escasa difusión. Para mitigar esta controversia, se ideó un paño de pureza que podía adosarse a la figura sin formar parte integral de ella, creando así una vestidura extraíble. De este modo, la obra podía ser contemplada tanto en su concepción original, pulcra y desnuda, como en su versión censurada, cubierta.
“La venerable madre Jerónima de la Fuente” por Diego de Velázquez y “Cristo” a subasta en Setdart. Se aprecia en la pintura como Velázquez representa un cristo miguelangelesco policromado al igual que los de su suegro Francisco Pacheco.
El formato de estas esculturas sugiere que estaban destinadas a la devoción privada, alejadas de las grandes capillas de las iglesias. Estas piezas se encontraban en las alcobas de ricos comitentes o en las celdas de priores y abadesas. El Cristo de bronce, probablemente unido a una cruz de madera desmontable, permitía ser sostenido en la mano, facilitando su observación detallada desde todos los ángulos posibles. Esta visión completa resalta la finura con la que fue esculpido, permitiendo apreciar, a muy corta distancia, detalles como los párpados cerrados, los rizos del cabello o las arrugas en las palmas de las manos. La maestría de la obra solo puede ser plenamente comprendida a través de una observación tan cercana. Un claro ejemplo del uso de estos Cristos de Miguel Ángel y su propósito se puede ver en el cuadro de Diego Velázquez, *La venerable madre Jerónima de la Fuente* (1620), conservado en el Museo del Prado. En esta pintura, la abadesa dirige una mirada penetrante al espectador, como si hubiera sido sorprendida en plena oración en la intimidad de su celda.
Cristo en plata de Juan Bautista Franconio conservado en el museo de la fundación Gómez- Moreno de Granada y el modelo de bronce de Miguel Ángel a subasta en Setdart.
El modelo de Miguel Ángel adquirió una notable presencia gracias al platero Juan Bautista Franconio, quien trajo desde Roma un Cristo que fue replicado a su llegada a Sevilla alrededor de 1590. Varios de estos Cristos se encuentran en diferentes lugares, como las catedrales de Cuenca, Sevilla y Granada, el Palacio Real de Madrid, la Fundación Gómez Moreno y el Palacio Ducal de Gandía, este último policromado por Francisco Pacheco. Aunque el modelo que presenta Setdart coincide de manera evidente con estas versiones, destaca por su mayor tamaño. Mientras que los Cristos en plata de Franconio miden veintidós centímetros, el que licita Setdart alcanza los veintiséis, lo que subraya su singularidad y relevancia en el contexto de estas obras.
Esta diferencia de tamaño puede dar lugar a tres hipótesis. La primera sugiere que se trata de una obra de Franconio, quien pudo haber utilizado un vaciado distinto para cumplir con un encargo específico. La segunda opción contempla la posibilidad de que fuera elaborada por un taller italiano, similar a los de Torrigani y della Porta. Por último, la tercera hipótesis, igualmente plausible, es que se trate de una réplica producida por un platero o escultor español excepcional, como Andrés de Campos Guevara, Juan Álvarez o Lesmes Fernández del Moral. Cada una de estas teorías abre un interesante abanico de posibilidades sobre la procedencia y el contexto de la obra.
La incertidumbre en torno a su autoría incrementa el atractivo de esta obra, ya que su posible origen español o italiano, así como su datación aún imprecisa—que podría situarse en torno a 1540 en Italia o hacia 1600 en el caso español—y su procedencia desconocida la convierten en una pieza completamente inédita. Además, el uso del bronce dorado, complementado con el paño de pureza en plata, es especialmente notable, dado que la mayoría de las obras similares son de plata, plata dorada, plata policromada o cobre dorado. Sin embargo, una cuestión es innegable: su sobresaliente calidad. El grado de detalle, la finura del bronce y el perfecto modelado preservan la concepción primigenia de Miguel Ángel. La fascinación por estos Cristos y el genio del maestro se evidencian en el legado de artistas del Siglo de Oro como Francisco Pacheco, Martínez Montañés y Velázquez, quienes continuaron explorando y reinterpretando su influencia en sus propias obras.