El retrato cortesano, una mirada al pasado

¿Qué tienen en común los retratos cortesanos del siglo XVIII y los selfies de hoy?

Vivimos en la era de la imagen, donde crear contenido y mostrar la mejor versión de nosotros mismos a través de las redes sociales se ha convertido en algo común. Sabemos que esta carta de presentación a menudo no refleja la realidad ya que los filtros, retoques y Photoshop son herramientas accesibles y cercanas. Sin embargo, la necesidad de ofrecer la mejor imagen posible ha acompañado al ser humano a lo largo de la historia. Así como la pintura fue una herramienta esencial para este propósito en el pasado, hoy en día lo son las tecnologías digitales

Cada época y región tienen sus tradiciones e influencias y, al igual que la moda, ejercen un peso importante en el arte y el género del retrato. Pongamos como primer ejemplo el siguiente cuadro inglés. Responde a los patrones creados por el maestro Peter Lely que a su vez fue fuertemente condicionado por su predecesor Sir Anton Van Dyck. En este tipo de retrato cortesano se mantienen con frecuencia los mismos patrones; un rostro levemente girado con la mirada dirigida al espectador, la neutralidad del fondo y una larga peluca en el caso de los hombres o un sutil recogido en el caso femenino. Los trajes se muestran pomposos y abultados a modo de capa para indicar una dignidad especial como podría ser la pertenencia a alguna orden caballeresca. Es importante tener esto en cuenta ya que el retrato debía de servir como una carta de presentación sobre el origen y prestigio social. Los títulos, cargos y sangre debían de estar nítidamente presentes.

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Esto lo evidenciamos con mayor calidad en la siguiente dama.

La mujer se presenta sosteniendo una larga cadena de oro adornada con piedras y perlas. El lujo de las joyas y las telas de terciopelo, seda y encaje actúan de manera similar a las marcas de alta costura con sus emblemáticos logotipos. El poder económico debía quedar patente a través de estos atributos y el contexto del escenario. El espacio imaginario no corresponde a un lugar real, sino que es un convencionalismo usado de manera reiterativa. Las telas y las perspectivas teatrales son constantes en los retratos a lo largo del siglo XVIII. La influencia de pintores como Rigaud, Gobert y Largillière fue determinante para el resto de Europa, y los gustos regios franceses fueron imitados tanto por otras monarquías como por sus súbditos.

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El escudo pintado en la esquina superior izquierda indica pertenencia a la nobleza. La asignación de una obra a una familia eminente, o su inclusión en una colección familiar, era motivo de orgullo tanto para el coleccionista como para los herederos. Gracias a estos emblemas, a menudo podemos rastrear los orígenes y la trazabilidad de una obra.

Los rostros idealizados, el lujo ostentoso, y la gestualidad teatral de los ambientes y poses son algunos de los rasgos más comunes del retrato dieciochesco. Esta herencia sigue presente hasta nuestros días. La belleza imaginada por el hombre a través del arte y la tecnología es algo que forma parte de nuestra esencia y nos define, independientemente de la época o la condición.

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