Joan Miró: espiritualidad y transgresión

La acuarela realizada en 1965, en subasta el próximo día 8 de marzo, nos acerca al irresistible magnetismo del universo mironiano

Reconocido como uno de los grandes genios universales del arte contemporáneo, Joan Miró fue ante todo un artista comprometido con su tiempo y con su particular visión del acto creativo, cuya esencia permaneció inalterable. El carácter radicalmente introspectivo del artista y sus reticencias ante cualquier dogma artístico, situaron en tierra de nadie a un joven Miró que lejos de doblegarse frente a los ataques que recibió y claudicar ante cualquier moda pasajera se mantuvo firme en su convicción de alcanzar un arte universal que con voz propia expresara aquello sustancial y eterno que arranca desde lo más hondo de nuestras raíces.

En un ejercicio de transgresión, Miró rechazó la idea clásica de pintura, que como solía afirmar se encontraba en decadencia desde la cueva de Altamira, para recuperar aquello primigenio y esencial que subyacía en el arte de la prehistoria. Si bien es cierto que su obra parte de múltiples influencias como el arte románico, el dadaísmo o el cubismo, para Miró resultó infinitamente más inspiradora la belleza que encontró en los pequeños tesoros que recogía de sus paseos por los campos y las playas, donde elementos a priori tan insignificantes como una piedra, un puñado de arena o una hormiga que le devolvían a los orígenes de esa tierra mediterránea que tanto añoró.

De este caldo de cultivo nació un inmenso creador de espacios poéticos y caprichos visuales en los que, como en este caso, cada elemento, signo, forma y color, sostenidos bajo el vacío del soporte, alcanzan una sorprendente y mágica armonía.  Experimentando y jugando con todo tipo de soportes y técnicas, el papel fue para él uno de los medios en los que más cómodo se sintió y donde de forma más evidente transluce su necesidad de encontrar un lenguaje plástico que tradujera lo puro y genuino que esconde la realidad tangible. En este sentido, la acuarela que nos ocupa es un ejemplo más que elocuente de la función que Miró atribuyó al arte, entendido como medio a través del cual trascender la realidad, para ascender hacia un mundo espiritual superior.

Bajo este concepto, la escalera, será un motivo recurrente a lo largo de toda su trayectoria, que como en este caso, simbolizará un nexo de unión entre la tierra y el cielo, un puente entre lo terrenal y lo sobrenatural que encarna el deseo y la necesidad de escapar. Sin embargo, Miró supo transformar como pocos toda esa angustia en un mundo onírico, donde sus característicos símbolos arcaicos y el uso de formas y colores primarios, nos devuelven esa ingenuidad y espontaneidad de nuestra infancia. Con los mínimos recursos, Miró logro alcanzar una intensidad expresiva donde, tras la aparente simplicidad, se esconde la esencia de un artista que buscó en el arte la pureza perdida de un mundo desgarrado.

En cierta ocasión, Miró dijo que las palabras que inventan los poetas son puertas a un mundo nuevo. Con su obra nos sucede algo similar. Gracias a Miró aprendimos una forma nueva de observar y estar en el mundo que ha trascendido en el  tiempo como un  inmenso oasis al que acudimos  en búsqueda de un lugar donde refugiarnos.