Juan Muñoz es, sin duda, uno de los referentes en la renovación de la escultura contemporánea. Su corta pero fulgurante trayectoria, nos ha dejado uno de los testimonios artísticos más inquietantes, radicales y lúcidos de la crisis existencial del hombre moderno. A medio camino entre la escultura y la instalación, el artista madrileño interpela directamente al espectador creando una imagen que nos incita, e incluso obliga, a implicarnos en la obra.
Como ejemplo paradigmático de la producción que desarrolló en la década de los 80, la escultura en licitación “Balcón y manivela”, se convierte en una de las pocas ocasiones en las que su obra sale a la venta dentro del sector de las subastas.
Desde que en 1984 realizará su primera exposición individual, Muñoz se convirtió en integrante de la primera generación de artistas que reintroduce la figuración en la escena artística. Sin embargo, su concepción estética pronto le hará destacar gracias a su extraordinaria habilidad para construir atmósferas y espacios cargados de un misterioso dramatismo, frente a los que no es posible la indiferencia.
Los inicios de su trayectoria se encuentran íntimamente unidos al trabajo con fragmentos arquitectónicos que, como las escaleras, puertas o balcones, serán considerados como espacios de transición. Sin embargo, la descontextualización y aislamiento espacial a las que somete estos elementos les otorga un fuerte componente conceptual que potencia una narrativa simbólica en la que la carga psicológica interpela al espectador enfrentándole a su propia existencia.
Aislando aquellos elementos portadores de significados vinculados al umbral, al tránsito o a la apertura, Muñoz logra dar un giro casi teatral a su significación. Estos balcones que, como en el caso de “Balcón y manivela” de 1986 aparecen descontextualizados e inutilizados, se convierten en lugares inhóspitos tras los que se esconde una subyugante metáfora entorno a la incapacidad humana de comunicarnos y, en consecuencia, a la imposibilidad de construir un relato comunitario. Tanto por la introducción de la presencia humana como por su ausencia, Muñoz materializa mediante el elemento arquitectónico la metonímica de un sujeto encerrado y perdido en su propia identidad.
En definitiva, como lugares desde los que ver y ser visto, los balcones de Juan Muñoz se convierten, al aparecer vacíos y tapiados, en espacios de ausencia que nos sugieren y despiertan la incertidumbre de aquello que ya no existe o no somos capaces de ver.
El corpus artístico que nos legó Juan Muñoz se erige como una implacable narración de un mundo que, habiendo perdido su rumbo, ha condenado al ser humano al abandono y alienación. La poderosa e impactante visión de la condición humana, con la que Muñoz nos interrogó, logró conquistar y asombrar, también, al mundo del arte hasta convertirse en el escultor más prestigioso y cotizado de su generación, siendo el primero en exponer su obra en la sala de las Turbinas de la Tate Modern de Londres.