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El paisaje: fuente de inspiración.

El paisaje, en su concepción más amplia, ha representado una fuente ilimitada de inspiración y creatividad para los artistas. Un inmenso taller en el que se juntan unas condiciones únicas que dan respuesta a sus necesidades artísticas.  La fuerza y la magia de algunos paisajes ha seducido a los grandes maestros de la pintura dando lugar a algunas de las mejores obras de todos los tiempos. Su condición cambiante, sus luces y sombras, sus silencios y murmullos, nos lo redescubren continuamente convirtiéndose en un perfecto escenario para mostrar algunas de las grandes cuestiones que han marcado la historia del arte. No puede sorprendernos pues, que el paisaje se haya transformado en uno de los principales motores creativos.

Sin embargo, no siempre fue así. Si bien la noción de paisaje en Oriente existe desde antes de nuestra era, en Europa el concepto surge más tarde. En la historia de la pintura, paulatinamente fue adquiriendo cada vez más relevancia, desde su aparición como fondo de escena de otros géneros (como la pintura de historia o retrato), hasta constituirse como género autónomo. Se considera que la pintura de paisaje en Occidente nace como género independiente entre los siglos XVI y XVII encontrando su plena autonomía en la pintura holandesa del siglo XVII. Cierto es, que desde tiempos remotos, el hombre ha sentido la necesidad de reflejar la evolución que ha sufrido el paisaje a lo largo de la historia. Tanto es así, que la relación arte-naturaleza ha venido marcando desde tiempos remotos  (solo hay que pensar en el arte rupestre)  las prácticas artísticas y las teorías del arte.

No obstante, este binomio arte-naturaleza ha variado mucho y ha significado en cada época una idea diferente: en la Grecia antigua el arte imitaba a la naturaleza. En la Edad Media y el Renacimiento, el paisaje se concibe como una obra divina y su representación hace referencia a su Creador. Con el Barroco y el auge de la burguesía comerciante cuyas preferencias a la hora de coleccionar se inclinaban hacia temas mucho más sencillos y cotidianos, el género de paisaje vivió su primera época de esplendor. Posteriormente, en el siglo XIX, el Romanticismo y el Impresionismo lo convirtieron en la gran creación artística. Mientras los Románticos alababan a la naturaleza por su carácter sublime, los Impresionistas pusieron el énfasis en la captación de su luz y temporalidad.

Muestra de todo ello son algunos de los paisajes tanto urbanos como naturales que a lo largo de la historia han inspirado algunos de los cuadros más icónicos. ¿Los reconoces?

 

 

 

Van Gogh y Arles

Hoy en día, el nombre de Arles es inseparable del de Van Gogh.  En los 15 meses que residió en la ciudad pintó nada menos que 300 cuadros, algunos de ellos tan famosos como la Noche estrellada y el Café de noche. Dicen que fue la luz lo que cautivó al pintor. Esta fue la época más productiva en lienzos y dibujos del artista constituyendo uno de los más espectaculares capítulos de la historia del arte.

 

 

 

 

 

 

Monet y  Giverny

Situado en la orilla derecha del río Sena, este pueblo es famoso en el mundo entero gracias a los lienzos de Claude Monet. La obsesión del pintor por captar el punto de equilibrio entre el color y la luz fue la razón principal para instalarse en la localidad normanda. La captura de la interacción de la luz y las formas disolvía el todo en fragmentos, desdibujaba los objetos y los hacía fundirse con el horizonte,  utilizando de una forma novedosa el color y la pincelada

 

 

 

                                                                                        

Hokusai y el Monte Fuji

La colosal figura de Katsushika Hokusai es la más importante de la escuela Ukiyo-e. Su obra magna es la serie de 36 vistas del monte Fuji, homenaje a esta montaña inmortal, y gracias a las cuales podemos ver el monte desde diversos ángulos y provincias de la región. Las obras de este pintor son símbolos de Japón al igual que el monte Fuji. Estos grabados fueron enormemente admirados por los pintores impresionistas y post-impresionistas, desde Claude Monet hasta Vincent van Gogh.

 

 

 

 

 

                                                                          

Vermeer y Delft

Esta obra es el homenaje por antonomasia a su ciudad natal, convirtiéndose con el tiempo en uno de los paisajes más famosos de toda la pintura barroca holandesa y, por consiguiente, en uno de los grandes paisajes urbanos de todos los tiempos. El maestro de Delf nunca recurrió a grandilocuentes momentos de la humanidad, siendo la luz y el silencio los grandes rasgos de sus creaciones, fijando su mirada en la misteriosa hermosura de lo cotidiano

 

 

 

Turner y los Alpes

A principios del siglo XIX Turner emprendió su viaje por el viejo continente. Tras estar en Calais y París, llegó a los Alpes, donde quedó maravillado del entorno, y muy especialmente del Mont Blanc. Fue en este lugar donde pintó algunas de sus obras más importantes. Los pintores Románticos representarán en sus cuadros la inmensidad de la naturaleza, comparándola con la pequeñez del ser humano. Por eso, Turner nos presenta estas enormes montañas en las que el hombre ha construido un paso para intentar vencerlas

 

 

 

 

Cézanne i Aix-en-Provence

La montaña Sainte Victoire fue fuente de inspiración para Cézanne. Sus 44 óleos y 43 acuarelas dan prueba del apego de Cézanne por este paisaje en concreto.  Cuanto más la pintaba, la volvía más plana y fragmentada, menos realista, difuminando las formas geométricas en formas de color. Por ello su obra es considerada la antesala de las vanguardias. Para conocer mejor la huella del artista en este lugar de Provenza se puede seguir la llamada Ruta Cézanne que une a lo largo de 4 kilómetros la ciudad de Aix-en-Provence al pueblo de Tholonet.

 

 

 

 


Dalí y Cadaques

Pocos artistas han tenido tanto vínculo y fascinación por su tierra natal como Salvador Dalí por el Empordà. Él mismo reconocía que la tramontana, el viento que a menudo azota esta comarca catalana, era el responsable de su «completa locura». La fuerte vinculación del pintor con el paisaje de Cadaqués, Portlligat y el Cap de Creus  de los cuales se impregna llegándolo a  condicionar y determinar, marcaron profundamente su producción artística hasta el punto de considerar que  “En este lugar privilegiado lo real y lo sublime casi se tocan. Mi paraíso místico comienza en los llanos del Ampurdán, rodeado por las colinas de Les Alberes y encuentra su plenitud en la bahía de Cadaqués. Este país es mi inspiración permanente”.

 

 

                                                                               

Joaquim Mir y Mallorca

Su viaje a Mallorca dará lugar a la creación de un lenguaje propio en su pintura, lo que representa uno de los episodios más notorios de la pintura del siglo XX en España, pues los cuatro años que pasó en la isla le cambian personalmente y transforman su obra hasta extremos insospechados. El artista desplegó toda una combinación de colores imposibles fruto de su interpretación personal de la naturaleza majestuosa. Las pinceladas se alargaron y se convirtieron en manchas que casi hacían desparecer los objetos y los referentes espaciales, acercándolo a un lirismo que roza la abstracción

 

 

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