Culto a los animales en el antiguo Egipto

A lo largo de todos los tiempos, algo que nos define como humanos es nuestra ambición por conocer y explicar el porqué de lo que nos rodea: del vuelo de las aves, la lluvia o la muerte. La ciencia, la filosofía e incluso la religión han tratado de ofrecer explicaciones sobre estas preguntas, siendo el caso de la cosmología egipcia una de las más interesantes.

En la civilización egipcia, la naturaleza que les rodeaba era una manifestación de las fuerzas superiores y divinas que ordenaban el mundo. Por ejemplo, el disco solar Atón era la apariencia física de deidad Ra que, a su vez, era la responsable de todo lo bueno que la luz proporciona. Esta explicación avanza hasta identificar a sus dioses con parte de la naturaleza, los animales.

Anubis, dios protector de los muertos y su guía en el inframundo, se personificaba en un chacal. ¿Por qué asignar este animal al dios? Los chacales merodeaban entre los acantilados y pedriscos que rodean a las necrópolis en busca de carroña de la que alimentarse. Los egipcios al ver estos animales en zonas áridas y despoblabas consideraban que actuaban como guardianes de sus difuntos y, por tanto, la asimilación entre uno y otro se hace evidente.

Los gatos fueron una de las mascotas predilectas dentro de la cultura egipcia a lo largo de milenios, tal es así que ha llegado hasta nosotros la idea de que los adoraban.  Los egipcios no consideraban que el propio animal fuera un dios, en este caso, sino que este se encontraba bajo la protección de la diosa Bastet y, por tanto, poseían una dignidad especial. Los gatos eran cuidados, en primer lugar, por los beneficios que aportaban al ambiente doméstico (eliminando mosquitos o ratas, portadores de enfermedades) y en segundo lugar, por su vínculo especial con una de las principales figuras del panteón egipcio.  Así pues, es lógico que esta diosa Bastet sea considerada la patrona del hogar.

El cuidado de los animales continuaba incluso después de la muerte. Dotar a un animal con el privilegio de la momificación es poner de manifiesto la dignidad e importancia que tiene. El caso de una momia de gato, especialmente durante el periodo ptolemaico, es el producto de una ofrenda. Dentro de los rituales egipcios, el realizar ofrendas era lo más habitual, unas veces podría tratarse de comida, bebida o del animal vinculado al dios. Ibis para el protector del conocimiento Thot, cocodrilos para Sobek y para Bastet, sus gatos.  Los análisis realizados a las momias de los felinos han revelado que, en muchos casos, no morían de muerte natural. Esto explicaría que existiera una industria relacionada con las ofrendas. Criaban a los gatos hasta la edad adulta solo para convertirlos en momias y ser ofrecidos como ofrenda a la diosa. Como es lógico, estas ofrendas tendrían un elevado coste y generarían una fuente de ingresos para los embalsamadores, criadores y los sacerdotes del templo. Fue tan elevada la demanda de estas momias gatunas que incluso se han encontrado falsificaciones, es decir, momias vacías sólo con la apariencia de ser la de un gato.

Los egipcios entendían que un dios podía manifestarse de diversas formas, la cara amable y protectora del hogar era Bastet, identificada como decíamos con un gato. Su apariencia se metamorfoseaba en la de una leona cuando sus atributos eran la del caos, la furia y la guerra. El bien y el mal recogidos en el mismo dios que exigía distintas representaciones. Por ejemplo, la diosa del amor Hathor era representada como una tierna vaca pero su lado masculino, el toro, se identificaba con Apis.

Apis era venerado en la ciudad de Menfis, una de las más antiguas de la humanidad. Allí, un toro o un buey eran considerados como reencarnación viva del dios en la tierra. Un dios entre los hombres. El buey vivía a todo lujo, era cuidado siempre por dos gemelas hasta su muerte, bañado, viviendo en un establo-palacio entre flores e incienso. Esta devoción continuaba tras su muerte. El inmenso cadáver se momificaba con los mismos honores que el de un faraón, luto oficial y fiesta con procesión hasta su mausoleo. El serapeum de Sakara albergaba las momias, centenares de animales sagrados en sarcófagos de más de sesenta toneladas de piedra.  Su culto se extendió por todo el imperio romano, motivo por el cual las manifestaciones artísticas de Apis fueron constantes hasta el siglo IV.

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