La fascinación por el oro ha estado presente en todas las épocas y culturas a lo largo de la historia. Desde hace seis milenios, el oro se ha considerado como uno de los materiales más preciados y valiosos. Su escasez, su difícil oxidación y, por su puesto, los característicos brillo y color lo convierten en la moneda perfecta de cambio, el imprescindible en joyería y relojería, además de ser considerado el elemento más elevado en escultura. Sus propiedades físicas fueron entendidas como un reflejo del carácter místico que le envuelve. Los antiguos egipcios representaban a sus dioses hechos de este material y los griegos y los romanos en sus grandes esculturas aplicaban el mismo canon, sirva como ejemplo la monumental Atenea del Partenón.
La escasez del oro es uno de los elementos más importantes para generar esa atracción. Desde sus primeras aplicaciones podemos ver como se ha manipulado el oro para sacarle el mayor partido, utilizando la menor cantidad de material. Distintas aleaciones y usos como la técnica del pan de oro, el bronce dorado o el “ormulu” o “vermeil” han permitido su uso y sus aplicaciones, una de las más extendidas en mundo de las artes decorativas.
El ajuar de los faraones estaba repleto de camas, sillas y carros cubiertos de laminas de oro que simulaban estar hechos completamente de este material, con un coste notablemente inferior. Este uso ancestral se ha extendido hasta nuestros días.
En el barroco, siguiendo los preceptos del concilio de Trento, se transformaron los lugares de culto para adaptarlos al espectáculo teatral que ayudaría a acercar la fe al pueblo. Estas iglesias se modificarían con materiales menos nobles que posteriormente eran dignificados con el dorado del oro.
Durante los siglos XVI y XVII se perfeccionó la técnica del bronce dorado. Esta técnica implicaba someter a altísimas temperaturas las esculturas de bronce que posteriormente se cubrían de oro y, una vez frio, el soporte era bruñido minuciosamente con ágatas hasta que alcanzaba el color y el brillo propio de una joya. Esta calidad llegaría a su cima gracias a la peligrosa técnica del dorado al mercurio. Los artesanos franceses la denominaron “ormulu” y el acabado logrado no sería superado en el futuro, ni siquiera con las mejoras tecnológicas de las Revolución Industrial.
Los procesos artesanales que se dieron entre finales del siglo XVIII y principios del XIX daban como resultado piezas de una alta calidad. Los remates de los muebles eran trabajados con el mismo empeño y cuidado que una escultura o una pieza de orfebrería. La involucración de distintos maestros en cada disciplina obligaba a un trabajo muy especifico y cuidado, solo para hacer una consola, por ejemplo, precisarían de un diseñador formado probablemente como arquitecto, un escultor para el trabajo de la talla en madera y las aplicaciones, los broncistas tanto los fundidores como los doradores, con la técnica del mercurio, además de los ebanistas, barnizadores y marmolistas. Todo este equipo de personas para llevar a cabo una obra de arte convertida en mueble.