Tras 6 décadas dedicadas al arte, Manolo Valdés se ha consolidado como uno de nuestros artistas más reconocidos internacionalmente. Cosechando éxitos alrededor del mundo, Valdes sigue demostrando que su pasión y talento son incombustibles.
Desde sus inicios en los años 60 hasta la actualidad, la obra de Valdes ha evolucionado con absoluta coherencia, explorando y conquistando nuevos territorios artísticos desde un hondo conocimiento de la historia del arte y la admiración más profunda hacia sus grandes maestros. Sin embargo, lejos de contemplarlos desde la lejanía, Valdés rescata y toma de ellos aquellos aspectos de su arte que considera más oportunos para llevar a cabo un apoteósico ejercicio de reinterpretación y recontextualización de la propia historia del arte con la que, década tras década ha forjado su inconfundible universo creativo.
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Lejos de caer en la monotonía que podria deriva de la reiteración de una misma fórmula, Valdés nos descubre su inmensa habilidad a la hora de vertebrar su trabajo bajo un mismo denominador común, evolucionándolo y reinventándolo en cada una de sus facetas. De hecho, tras finalizar su periplo como integrante de equipo crónica, los años 80 fueron para Valdés un periodo indispensable de maduración y crecimiento creativo que lo encaminó definitivamente a descubrir y alcanzar ese estilo tan personal y genuino al que desde entonces ha permanecido fiel.
En este caso, y como ha sido recurrente a lo largo de su trayectoria, Valdés acude a uno de los grandes iconos de la historia del arte como es Diego Velázquez y su retrato de Felipe IV para acabar convirtiéndolo en un nuevo icono en clave contemporánea. En un proceso de depuración plástica extrema, la gorguera y el perfil del monarca quedan reducidos a planos geométricos y líneas sintéticas, lo mismo que el traje cortesano. Esta tendencia, queda patente también en la evidente reducción cromática, oscureciendo la paleta al máximo hasta dotar a la figura de una intensidad espectral. Con ello, Valdés pretende diseccionar un arquetipo cargado de simbolismo que, como Felipe IV, es depositario de una larga historia de representación del poder.
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Por tanto, el ejercicio plástico y estético de Valdes, con su juego de permutaciones estilísticas y referencias a la historia, da paso a una nueva imagen que en su completa originalidad y contemporaneidad, logra establecer un dialogo entre el arte del pasado y del presente que nos hace cuestionar la realidad de la época y de la misma practica artística.
Lejos de limitarse a evocar aquellas obras que ya son iconos de nuestra historia, Valdés da un paso mucho más definitivo y contundente: las disecciona y deconstruye para crear una nueva narrativa que mira, descifra y reinventa el arte del pasado desde una perspectiva contemporánea. Una perspectiva, que, con el paso del tiempo, se convertirá también en un enigma que las miradas futuras descifrarán y actualizarán.
Remates
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