Los Bentveughels: una hermandad artística en la Roma barroca

Una Roma que atraía a artistas de toda Europa

Durante los siglos XVI y XVII, Roma se convirtió en el gran centro artístico de Europa. Su legado imperial, las ruinas monumentales que emergían entre las calles, y el esplendor del Barroco impulsado por la Iglesia Católica atraían a creadores de todos los rincones del continente. Entre ellos, un grupo de pintores flamencos y holandeses encontró en la ciudad eterna no solo inspiración, sino también comunidad: los Bentveughels.

¿Quiénes eran los Bentveughels?

Los Bentveughels –cuyo nombre significa “aves torcidas” o “aves extrañas” en neerlandés– fueron una sociedad artística informal compuesta por jóvenes artistas procedentes de Flandes y los Países Bajos que se establecieron en Roma entre los siglos XVII y XVIII. Unidos por la afinidad lingüística, cultural y el deseo de integrarse en el complejo panorama artístico romano, estos pintores crearon una red de apoyo mutuo y una identidad común en tierra extranjera.

Su sede simbólica era un lugar cargado de historia: la iglesia de Santa Constanza, antes mausoleo romano, donde se reunían para acoger a nuevos miembros en ceremonias que evocaban rituales antiguos. Estas iniciaciones incluían banquetes, brindis y juegos simbólicos que imitaban los misterios de Mitra o las bacanales clásicas. A través de esta atmósfera ritual, los Bentveughels se distinguieron tanto por su arte como por su singular forma de entender la fraternidad artística.

Un arte entre ruinas y vida cotidiana

La obra de los Bentveughels refleja tanto su fascinación por Roma como su mirada sobre la vida urbana más allá de los palacios. Sus cuadros suelen estar ambientados en escenarios donde la majestuosidad del pasado convive con la pobreza del presente: ruinas antiguas transformadas en viviendas improvisadas, templos paganos junto a tugurios, o columnas clásicas emergiendo entre mercados callejeros.

Un ejemplo notable es el cuadro atribuido a Pieter van Bloemen en el que el mal llamado templo de Vesta, en el foro Boario, aparece envejecido, grisáceo, habitado y degradado, pero aún majestuoso. Esa mezcla entre el esplendor del pasado y la crudeza del presente define buena parte del lenguaje visual del grupo.

El pueblo como protagonista: nace el género Bamboccianti

Una de las contribuciones más distintivas de los Bentveughels al arte fue su representación del pueblo llano. En lugar de centrarse en nobles o temas religiosos, muchos de estos artistas eligieron retratar a mendigos, ancianos, prostitutas, niños harapientos o locos. Esta visión tan cruda como compasiva dio lugar a un subgénero conocido como Bamboccianti, nombre derivado del apodo de uno de sus miembros, Pieter van Laer (Il Bamboccio).

Aunque en ocasiones estos cuadros tenían un tono satírico, lo más habitual es que ofrecieran una lectura moral o humanista: una madre alimentando a sus hijos con las sobras, un mendigo recibiendo limosna con dignidad, o una escena callejera cargada de verdad. El arte de los Bentveughels no romantizaba la pobreza, pero sí la presentaba como una parte esencial de la experiencia humana.

Un legado vigente y moderno

A pesar de su apariencia popular o incluso grotesca en ciertos casos, las obras de los Bentveughels demuestran una extraordinaria sensibilidad social, una aguda observación del mundo y una maestría técnica incuestionable. En sus cuadros se funden historia, crítica social y una profunda conexión con lo cotidiano. Tal vez por eso, hoy siguen despertando interés entre coleccionistas y estudiosos.

Además, su forma de entender la comunidad artística –como un espacio de aprendizaje, apoyo y experimentación– resuena con valores que siguen vigentes en el mundo del arte actual. Lejos de ser una nota a pie de página en la historia del arte europeo, los Bentveughels ocupan un lugar destacado por su originalidad, su valentía temática y su capacidad de representar lo humano en toda su complejidad.

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