Una imagen puede construir todo un discurso entendible sin importar el idioma o la época. En la pintura barroca, las alegorías tuvieron ese poder: símbolos como una balanza con los ojos vendados para la justicia, una flor junto a la nariz para el olfato o un corazón atravesado por una flecha para el amor, transmitían mensajes universales. Durante el Barroco estos temas se volvieron especialmente populares, tanto por el reto que suponían para los artistas, que debían innovar en su representación, como para el espectador, que debía descifrar sus significados. Dentro de este contexto, el tenebrismo emergió como uno de los lenguajes más influyentes y revolucionarios de la época.
La revolución de la luz y la sombra
El tenebrismo fue un estilo pictórico caracterizado por el uso dramático de contrastes entre la luz y la oscuridad, generando escenas cargadas de tensión y realismo. Su origen está estrechamente ligado a Caravaggio, cuyas obras redefinieron el modo de entender la pintura barroca. El naturalismo radical, la iluminación escenográfica y la intensidad narrativa de sus cuadros impactaron a toda Europa, dando lugar a lo que hoy conocemos como post Caravaggio, un amplio grupo de artistas que adoptaron y reinterpretaron su estilo.
En este movimiento, la luz no era solo un recurso técnico, sino un vehículo para focalizar la atención en lo esencial de la escena. La oscuridad envolvía al espectador y la iluminación teatral destacaba la emoción, el gesto y la espiritualidad del momento.
Jean Tassel y la influencia de Caravaggio
La subasta del próximo 10 de septiembre presenta un ejemplo significativo: la Alegoría de la música de Jean Tassel. En esta obra, una joven tañe un laúd con la mirada elevada, ajena tanto al espectador como a la partitura que se descuelga de la mesa hasta casi rebasar el marco. La actitud de recogimiento transmite la idea del músico absorto en la melodía, aislado del mundo exterior.
El estilo de Tassel refleja la clara influencia del tenebrismo. Los fondos oscuros, la iluminación teatral y la tensión narrativa acercan su propuesta a los modelos de Caravaggio. Como él, otros pintores establecidos en Francia —Simon Vouet, Valentin de Boulogne o Louis Finson— se dejaron seducir por este cambio de paradigma y lo adaptaron a su propia tradición artística.
Nápoles, cuna del tenebrismo barroco
Italia, y en particular Nápoles, fue el epicentro del tenebrismo en el siglo XVII. El virreinato napolitano, bajo dominio español, se convirtió en un crisol donde el estilo caravaggista arraigó con fuerza y se expandió hacia otros territorios.
Nombres como José de Ribera, Giovanni Caracciolo, Carlo Sellitto, o Artemisia y Orazio Gentileschi representan este vínculo entre la herencia de Caravaggio y la evolución de la pintura barroca. Sus obras muestran un realismo intenso, personajes bañados en claroscuros y una expresividad que conectaba con el espectador a nivel emocional y espiritual.
Alegorías, humor y crítica en el tenebrismo

El tenebrismo no se limitó a escenas religiosas o solemnes. También se aplicó a obras alegóricas con un trasfondo moral o incluso cómico. Un ejemplo inusual lo encontramos en el “Alegoría de la necedad”, también en licitación, donde un niño, un joven, un anciano y un mono interactúan en una escena cargada de humor. El mono despioja, el anciano toma la mano del niño, y el joven sostiene al pequeño con gesto jocoso. La obra es una representación de la estupidez, entendida como falta de conocimiento o control de los impulsos.
En la pintura barroca, la risa era rara y se consideraba un signo de falta de inteligencia. Sin embargo, aquí la sonrisa del protagonista funciona como clave interpretativa, evocando la sátira que también encontramos en los bufones de Velázquez o los personajes humildes de Murillo.
El legado del tenebrismo
Aunque el auge del tenebrismo se concentró en las primeras décadas del siglo XVII, su influencia se extendió por toda Europa. El estilo abrió el camino a nuevas formas de narración pictórica y sentó las bases para posteriores desarrollos artísticos.
Los seguidores de Caravaggio —tanto en Francia como en España e Italia— demostraron que la pintura podía ser más que representación: un medio de emoción directa y de profundidad psicológica. Hoy, al contemplar estas obras, entendemos que el tenebrismo fue más que una moda estilística: fue un punto de inflexión en la historia del arte.
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