La que fuera una de las últimas pinturas figurativas que realizó Josep Guinovart protagoniza nuestra próxima subasta de arte contemporáneo convirtiéndose en una de las escasas ocasiones en las que su etapa creativa más temprana irrumpe con una importante obra en el mercado.
El legado artístico de Josep Guinovart ha trascendido en el tiempo como uno de los grandes referentes de la vanguardia catalana de la segunda mitad del siglo XX. Su intensa trayectoria, lleva la huella del espíritu inconformista que caracterizó a toda una generación de artistas marcados por un contexto histórico conflictivo que, como elemento catalizador, abrió el camino hacia nuevos horizontes artísticos. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial y guiado por la libertad absoluta de su impulso creativo, Guinovart reflejó en el arte la necesidad y compromiso de construir un mundo nuevo sobre las cenizas del anterior.
La riqueza y naturaleza inclasificable de su creación transluce a lo largo de una trayectoria que, pese a adentrarse de lleno en la abstracción, se forjó bajo unos inicios radicalmente distintos enraizados en la tradición figurativa expresionista. En este sentido, la monumental obra en licitación es sin duda un ejemplo paradigmático de esta etapa creativa.
Tras unos años 40 marcados por una obra de carácter magicista y gran lirismo, Guinovart se adentra en la década de los 50 en un particular expresionismo figurativo en el que, a través de un esquematismo plástico de clara intención sociopolítica, fundamentará el profundo compromiso con la realidad que marcará su obra. En este sentido, la vida rural y campesina adquirirá un gran protagonismo vinculándose de forma profunda a los recuerdos de infancia y de la vida rural que experimentó en Agramunt, hasta permanecer desde entonces y para siempre en el imaginario creativo más íntimo y personal del artista.
En esta nueva fase “campesina” vemos como Guinovart despliega una pintura de gran contención y cierta solemnidad en el que, mediante la solidez de las formas y el hieratismo de los rostros, el artista dignifica la figura del payes cargando la obra de un contenido político en el que la conciencia y compromiso social serán parte indivisible de su trayectoria. Sin embargo, las tonalidades azuladas que bañan esta estampa rural nocturna junto a la presencia del búho, que reaparecerá en sus obras más tardías, impregnan la obra de cierto carácter simbólico sumamente mágico y evocador.
De la mano de Guinovart, el arte y la vida discurren de manera indivisible, retroalimentándose entre sí para mostrarnos la más genuina y sincera visión del mundo que le rodeó. Como afirmara su gran amigo y maestro Joan Miro «la fuerza viene de la tierra» y fue en ella donde Guinovart halló la fuente primigenia de un desbordante torrente creativo, decisivo en el devenir de las vanguardias de nuestro país. Su obra ha trascendido en el tiempo como una verdadera oda a la vida, cuya profundidad y sensibilidad solo alcanzan aquellos que, como él, vivieron y pintaron bajo los dictados del férreo compromiso que adquirieron con su época, pero también con sus propias convicciones y origen.