“¡Que se vaya al infierno! Hasta el dorador cuyo cerebro ha sucumbido a los vapores del azogue es más apasionado que él”, exclamaba Flamíneo a Paulo Giordano Orsini, Duque de Bracciano, en la tragedia de John Webster, “El diablo blanco”, de 1612. La técnica del dorado al mercurio, aunque alcanzó su apogeo a principios del siglo XIX, ya era conocida desde tiempos antiguos. La primera pieza dorada con esta técnica data del siglo IV a.C.: un anillo de cobre hallado en Egipto. Su uso se popularizó durante la Edad Media y se perfeccionó a partir del siglo XVII, alcanzando su cúspide en el primer tercio del siglo XIX, para ser finalmente prohibido unos años después.
Los doradores (o doradoras, ya que muchas eran mujeres), como señalaba Flamíneo, estaban constantemente expuestos a los tóxicos vapores del mercurio, lo que acortaba drásticamente su esperanza de vida. Aunque eran conscientes de los riesgos y tomaban diversas precauciones —masticar pan, colocar una moneda de plata en la lengua o usar una máscara y tratar de respirar por la nuca— ninguna de estas medidas fue suficiente para prevenir el inevitable envenenamiento. La solución final fue tan drástica como necesaria: la prohibición total del uso de esta técnica.
Hacia 1830, la legislación francesa penalizó el uso del dorado al mercurio, aunque hasta bien entrado el siglo XX, en algunos talleres todavía podían encontrarse doradores intoxicados por el azogue. Afortunadamente, pocos años después surgieron alternativas como la galvanoplastia, una técnica de deposición electrolítica descubierta por Luigi Galvani mientras disecaba la pata de una rana.
Tras esta introducción, y conociendo los antecedentes del dorado al mercurio, es momento de observar cómo se aplicaba esta técnica en las piezas decorativas. Pero, ¿cómo se llevaba a cabo este proceso? En primer lugar, se preparaba la amalgama de oro, una mezcla de oro de alto quilate y mercurio molido (de ahí su denominación “ormolú”), que se extendía sobre la superficie a dorar. Posteriormente, toda la pieza se calentaba, pasando de un color gris a un dorado mate a medida que el mercurio se evaporaba. Finalmente, la superficie podía ser bruñida con ágata para conseguir un brillo intenso en algunas zonas.
Entre los lotes licitados destaca el 35316620, un elegante candelabro de tres luces de época Imperio, convertible a candelero al retirársele el tercio superior. Esta pieza conserva el dorado al mercurio en un estado impecable, permitiendo apreciar el contraste entre el bruñido y el mate en algunas zonas, como los brazos en voluta que destacan sobre el vástago estriado. Es interesante comparar el tono de la base sin dorar, típico del bronce, una aleación de cobre y estaño, con la brillante superficie exterior.
Avanzando un poco en el tiempo, al periodo de la Restauración francesa, encontramos el lote 35316618, una imponente pareja de candelabros de seis luces que combinan el dorado al mercurio, tanto en mate como en bruñido, con un vástago patinado. Este diseño evoca y anticipa al mismo tiempo los trabajos de André-Charles Boulle para Luis XIV en bronce dorado y ébano, que fueron recuperados durante el Segundo Imperio francés en la segunda mitad del siglo XIX.
Del mismo periodo son esta pareja de copas, lote 35316621, que nuevamente vuelven a combinar el dorado al mercurio con el patinado en algunas superficies del bronce. Cabe destacar el finísimo cincelado del metal, unos modelos similares a los producidos por el taller del célebre Pierre-Philippe Thomire y que guardan estrecha relación con los que coronaban la chambrana de otra pieza disponible en venta privada en Setdart, un tocador con espejo atribuido a Talleres Reales, lote 35307147.
Entrando ya de lleno en los relojes, son tres las piezas elegidas por su dorado al mercurio.
El lote 35316600 combina las aplicaciones en bronce con placas de malaquita, mineral que gozó de gran éxito en Rusia gracias a las importantes minas descubiertas en los Urales y que se extendió por el resto del continente europeo.
El lote 35315544 destaca por dos razones principales: en primer lugar, por la excepcional calidad del bronce, tanto en el dorado como en el cincelado; y en segundo lugar, por su valor histórico y simbólico. La pieza representa a María Carolina de Borbón-Dos Sicilias, duquesa de Berry, rezando junto a sus dos hijos antes de dormir. El recién nacido será el futuro Enrique de Artois, nieto de Carlos X y pretendiente al trono francés tras la muerte de su abuelo. Además, esta obra fue realizada por Louise Admirat, una de las pocas mujeres relojeras que trabajaban en París durante las primeras décadas del siglo XIX, lo que añade un valor adicional a esta extraordinaria pieza.
Finalmente, destaca el lote 35316622, un reloj de sobremesa que presenta el conocido grupo escultórico en bronce patinado de Cupido y Psique, obra de Claude Michallon. Esta pieza combina con gran maestría el dorado al mercurio con la delicadeza y el candor de la escena que corona el conjunto, creando una armonía visual que resalta su elegancia y refinamiento.