La escultura catalana ha vivido momentos de esplendor que han dejado una huella indeleble en el arte europeo. Desde la Edad Media hasta la modernidad, Cataluña ha sido cuna de grandes talentos que, a través de la piedra, el bronce o el mármol, han expresado la identidad, el espíritu y la sensibilidad de un pueblo. Durante la primera mitad del siglo XX, Cataluña vivió una auténtica eclosión artística, y la escultura no fue una excepción. A la sombra del modernismo, que había transformado la arquitectura y las artes decorativas, surgió una generación de escultores que buscaron nuevos lenguajes sin romper del todo con la tradición. La escultura catalana de este periodo se caracteriza por una convivencia fecunda entre el clasicismo mediterráneo, el simbolismo modernista y las influencias de las vanguardias europeas como el cubismo, el novecentismo y el art déco.
Artistas como Pablo Gargallo, Enric Casanovas, Josep Clarà o Manolo Hugué marcaron un camino que combinaba sobriedad formal, sentido del volumen y un profundo apego a la figura humana. En este contexto, la escultura catalana se convirtió en una de las más sólidas y personales del panorama español y europeo, aportando obras que reflejaban tanto el alma mediterránea como las inquietudes modernas de su tiempo. En medio de esta efervescencia artística, Joan Rebull se alzó como una figura destacada, capaz de sintetizar tradición y modernidad con una voz propia y profundamente lírica. Las dos esculturas que presentamos en la próxima subasta de Clásicos del siglo XIX y XX, el 16 de julio, encarnan a la perfección esa fusión entre clasicismo y sensibilidad contemporánea que define su obra.



Raíces Clásicas y Sensibilidad Moderna
Tras una breve estancia en Barcelona, Rebull se trasladó a París entre 1927 y 1929, donde se impregnó del ambiente artístico vanguardista y entró en contacto con figuras como Picasso y Paul Eluard. Esta experiencia despertó en él un fuerte sentido de modernidad que marcó un antes y un después en su carrera. No obstante, nunca se desligó completamente de la influencia del Noucentisme, corriente que había marcado su formación y cuya esencia se refleja a lo largo de una trayectoria que actúa como una especie de puente a través del que conectamos la cultura artística previa y posterior a la Guerra Civil Español
Inspirado por el pensamiento de Torres García, Rebull no buscó representar la realidad visible, sino una verdad más profunda. Para ello recurrió a las raíces del arte mediterráneo antiguo, tomando como referencia culturas como la mesopotámica, egipcia y griega. Esta mirada al pasado respondía al deseo de recuperar una identidad cultural auténtica, común en muchos movimientos europeos de la época. De este modo, Rebull desarrolló un estilo escultórico caracterizado por volúmenes sólidos y una expresividad austera pero simbólica, especialmente visible en sus representaciones de niños y figuras femeninas. En ellas el escultor alcanza un perfecto equilibrio entre lo material y lo etéreo, lo clásico y lo moderno que convierte cada pieza en una reflexión sobre la belleza y la dignidad humana .
Joan Rebull: Un Legado que Perdura


Rebull no solo fue testigo de su tiempo, sino un escultor fiel a una visión del arte como espacio de belleza, equilibrio y humanidad. Pasado el tiempo, su obra sigue hablándonos con la misma serenidad y profundidad que cuando fue creada. Hoy, cuando miramos una escultura de Joan Rebull, no solo admiramos la destreza técnica o la belleza formal: reconocemos también una tradición que respira a través de la materia, una manera catalana y universal de entender el arte como consuelo, como afirmación de lo humano.
Su compromiso estético y político lo consolidó como el escultor catalán más relevante de mediados del siglo XX, cuya influencia se extiende a generaciones de escultores catalanes que vieron en él un ejemplo de fidelidad a la forma, a la sensibilidad y a la cultura mediterránea.
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