La transformación de la escultura vasca en el siglo XX
A mediados del siglo XX, la escultura vasca vivió una profunda transformación que la situó en el mapa internacional del arte. En este proceso de renovación y vanguardia, dos figuras se erigieron como referentes indiscutibles: Chillida (1924-2002) y Oteiza (1908-2003). Ambos rompieron con la tradición figurativa y exploraron nuevas formas de relacionarse con el espacio, la materia y la percepción del espectador. Su obra convirtió al País Vasco en un centro de experimentación escultórica de proyección mundial.
La Escuela Vasca: origen de la renovación

La llamada Escuela Vasca no fue una institución formal, sino un movimiento artístico y de pensamiento que nació del intercambio entre talleres, concursos, exposiciones y debates entre artistas. Su objetivo era renovar la escultura rompiendo con la figuración clásica y explorando la abstracción, la geometría, la luz y el vacío.
De este ambiente emergieron diversos grupos, uno en cada provincia vasca más Navarra. El más influyente fue el grupo Gaur (que significa “hoy”), fundado en Guipúzcoa en 1966. Desde su primera exposición en la galería Bariandiarán de San Sebastián y con la publicación de su manifiesto ese mismo año, Gaur se convirtió en el núcleo de la vanguardia artística vasca. Estaba integrado por ocho artistas, entre ellos Chillida y Oteiza, y reunía a tres generaciones con lenguajes plásticos diversos.
Aunque las tensiones entre Oteiza y Chillida llevaron a la disolución del grupo en 1969, Gaur marcó un hito al situar el arte vasco en diálogo con las corrientes internacionales. Sus señas de identidad fueron las raíces culturales vascas, la conexión con la naturaleza y una inagotable voluntad de experimentación.
Oteiza: el escultor del vacío

Para Oteiza, la escultura no consistía en construir formas, sino en liberar el espacio interior de la materia. Su visión otorgó al vacío la misma importancia que a la presencia física de la obra. A partir de esta concepción radical, desarrolló investigaciones geométricas que transformaron la escultura contemporánea y la acercaron a lo trascendente.
Entre sus aportaciones más innovadoras destacan los Módulos de Luz, piezas abstractas concebidas para hacer visible el vacío y explorar la relación entre volumen, luz y espacio. Más que objetos estáticos, estas esculturas invitan al espectador a una experiencia activa, donde la percepción se convierte en protagonista.
Chillida: monumentalidad y diálogo con el entorno


Mientras Oteiza buscaba la esencia a través del vacío, Chillida exploró la tensión entre materia y espacio, trabajando con hierro, acero y piedra. Sus esculturas, distribuidas en espacios públicos de Europa, América y Japón, se caracterizan por una fuerza monumental unida a una sensibilidad poética. En ellas, la obra dialoga con el paisaje y con la memoria histórica del lugar, convirtiéndose en parte de su entorno.
Impacto internacional y legado compartido
Chillida y Oteiza lograron proyectar la escultura vasca más allá de sus fronteras. En 1957, Oteiza obtuvo el Gran Premio Internacional de Escultura en la Bienal de São Paulo, reconocimiento que consolidó su influencia internacional. Sus investigaciones sobre el vacío, la luz y la geometría inspiraron a numerosos artistas en Europa y América.
Por su parte, Chillida alcanzó una presencia monumental en ciudades y museos de todo el mundo, donde sus obras siguen generando diálogo con los espacios que habitan.
En conjunto, ambos establecieron principios que siguen vigentes hoy: el arte como experiencia, el espacio como protagonista y la materia como vehículo de reflexión estética y espiritual. Su legado demuestra que la escultura vasca del siglo XX no solo fue moderna, sino que se convirtió en un referente universal de innovación y creatividad.
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