Los artistas españoles en la Escuela de París

Antoni Clavé, Francisco Bores y un largo etcétera de artistas españoles encontraron en el París de las vanguardias históricas, el suelo fértil en el que desarrollar su obra.

El hervidero cultural sin parangón que se produjo en Paris a comienzos del siglo XX, supuso un atractivo irrenunciable para multitud de artistas de todas las nacionalidades, que llegaron a la capital francesa en búsqueda de nuevos estímulos. Entre ellos cabe destacar la amplia nómina de artistas españoles que llegaron a Paris huyendo de las prácticas artísticas de una sociedad finisecular anclada en el pasado. En este sentido, artistas pioneros en este periplo como fueron Julio Gonzalez, Maria Blanchard, Juan Gris, Joan Miró o Pablo Picasso forman parte de la historia universal del arte y más concretamente son considerados grandes referentes en la evolución del arte contemporáneo. Todos ellos a excepción de Miró, y a pesar de haberse instalado en Paris con anterioridad al estallido de la Guerra Civil, jamás volverán a su país de origen, convirtiéndose en un elemento catalizador para futuras generaciones de artistas que, sobre todo, encontraron en Picasso una figura alrededor de la cual se aglutinaron.

Ya en la década de los años 20 y 30 se produce la que sería la segunda ola migratoria de artistas españoles a Paris entre los que destacan figuras de la talla de Hernando Viñes, Gomez de la Serna, Oscar Domínguez o Francisco Bores, los cuales conformaron la llamada Escuela Española de Paris. Lejos de ser un grupo artísticamente homogéneo, esta escuela es el resultado de una suma de personalidades y trayectorias artísticas cuyo denominador común, además de su confluencia temporal y geográfica, la encontramos en la investigación experimentación y asimilación de los múltiples y novedosos contextos artísticos que las vanguardias históricas les brindaron. 

Ejemplo de ello es el lienzo realizado en 1951 por Francisco Bores, quien tras su marcha a Paris se integró de lleno en el ambiente artístico parisino donde vivió prácticamente toda su vida. En este caso el  bodegón en licitación pertenece a un periodo creativo sumamente fértil en su producción perfectamente definido en palabras del propio artista   “Mi búsqueda constante en lo que se refiere al espacio me condujo, en 1950 a una nueva mutación: es lo que la crítica denominó “la manera blanca”. Yo seguía aspirando a mayor luminosidad, desencarnando al mismo tiempo más y más las figuras. Una tentativa, en cierto modo, de aproximarse a lo que ambicionaban los abstractos por medios puramente figurativos. Mi pintura, que antaño era oscura, es hoy clara. La composición, que era muy apretada, la quiero ahora libre y suelta”.

La convulsión que para España representó la Guerra Civil supuso el inicio de una nueva etapa migratoria que por sus consecuencias y tras la derrota republicana, afectó especialmente al colectivo de artistas plásticos que apoyaron al bando perdedor. Esta etapa cuyo inicio se produce a finales de 1939 es ya considerada plenamente como un exilio de artistas que como Antoni Clavé llegaron a Paris huyendo de la represión del fascismo que había triunfado en España.

Entre la diversidad de etapas por las que transcurre la obra del artista catalán que aquí nos ocupa, viene a demostrarnos el inconfundible sello que grabaron en él, las novedades de las vanguardias que descubrió en París, convirtiéndolo en uno de los personajes principales de la segunda generación de artistas que bajo el ala protectora de Picasso, conformaron la Escuela de París. La figuración que practica Clavé en estos años, se aleja como vemos en este lienzo, de cualquier convencionalismo o academicismo gracias en gran parte a la influencia que ejercerá en él la obra de Picasso, traducida aquí en una libertad compositiva y formal absoluta. De hecho, a través de una figuración de rasgos expresionistas y un cromatismo lleno de entonaciones fauves de profunda intensidad y gran consistencia matérica, Clavé transmite la psicología frágil y vulnerable de la figura de la loca cuya expresividad y virulencia interpela directamente al espectador.

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