La estética comprometida y contestataria de Manolo Millares

La  obra en licitación representa la madurez creativa con la que Millares, de la mano del galerista Pierre Matisse, nieto del genial pintor Henry Matisse, alcanzó  la cumbre de su prestigio internacional.

El renacimiento de la vanguardia española en el contexto de posguerra  encuentra en Manolo Millares a uno de sus grandes artífices cuya dimensión  creativa, abrió un nuevo capítulo en la historia del arte español donde la obra artística se transformó en un campo de batalla. En este sentido, Manolo Millares junto al resto de integrantes del grupo el Paso, rompió radicalmente con el academicismo caduco que imperaba entonces en España, para dar luz a un arte cuyo carácter combativo y crítico nace del compromiso ético y moral con la sociedad de su tiempo.

Su obra, ya sea anterior o posterior a su vinculación al grupo, emerge del dolor y la rabia generada tras la contienda bélica en lo que fue, como el propio artista   definió, un duelo furioso frente al cual la única respuesta posible fue la sublevación.  Confrontándose a los convencionalismos establecidos y  valores clásicos de armonía belleza y orden, Millares quiso aniquilar cualquier intento de enmascarar las trágicas verdades que asolaron el siglo XX. La trama ética que vertebró su vida y obra, nos  habla de su lucha y esfuerzo por hacer eficaz y describir la verdad de su tiempo a través del arte. Una verdad que precisamente por serlo, resulta dramáticamente desgarradora.

En este sentido, la obra sobre papel que Millares desarrolló de manera incansable, representa un valioso testimonio, no solo de su evolución plástica sino también del cambio conceptual que experimentará la propia disciplina, cuyos métodos permanecían arraigados a los cánones del siglo XIX. En Millares, el dibujo se liberará de su condición de trabajo preparatorio para dar paso a una obra autónoma como en este caso que, prevalecerá  el gesto y el color por encima de la línea, dando prioridad a la expresión del pensamiento, frente a la mera representación.  De hecho, llama poderosamente la atención la inmensa capacidad que demuestra al llevar a cabo un trabajo similar al que realizó en sus  archiconocidas arpilleras, cuya estética, sentido y gestualidad, será  capaz de infundir, incluso cuando prescinde del poder expresivo del  sustrato matérico.

La trascendencia que adquirirá su producción sobre papel especialmente a partir de los años 60  transluce en la obra que nos ocupa cuya madurez creativa alcanza aquí  su plenitud. En este periodo, su trabajo se tornará si cabe, más comprometido  y contestatario  revelándonos la ética y estética del hombre destruido por el hombre. Ante la violencia, opresión e injusticia recurrente en la historia de la humanidad, Millares convertirá su obra en la expresion de su necesidad de luto por un hombre que incapaz de aprender, muere de ignorancia.

Manolo Millares, en la galería Pierre Matisse de Nueva York

La década de los 60 será también la época de su contundente reconocimiento internacional, donde la figura del galerista Pierre Matisse jugará un papel decisivo. Pese al impulsó que supuso su participación en el año 1957 en la bienal de Sao Paulo,  su  obra no alcanzó una  presencia significativa fuera de nuestras fronteras  hasta 1959, cuando durante una mañana del mes agosto recibió un sorprendente  telegrama de Matisse expresando el deseo de presentar su obra en América. Lejos de ser fruto de la casualidad, el repentino interés del que por aquel entonces era una de las figuras más influyentes del mercado artistico internacional por la obra de Millares,  contó con un artífice en la sombra de la talla de Joan Miró. Tras  asistir a la exposición “4 pintores del Paso” inaugurada en la sala Gaspar en 1959, Miró quedó tan gratamente impresionado que no dudó en proponerle a Matisse incluir al artista canario entre la nómina de pintores  europeos que estaba dando a conocer en Estados Unidos. A raíz de esta curiosa concatenación de circunstancias, la proyección de Manolo Millares en el mercado internacional se consolidará y expandirá bajo el respaldo que Matisse le brindó, cuyo apoyo y admiración perdurará incluso, tras el fallecimiento prematuro del artista.

Los trabajos que Pierre seleccionó durante estos años pertenecen a una etapa de profunda angustia que Millares tradujo plásticamente en las que son  sus obras más oscuras. A través de ellas se manifestará como nunca la veta negra de la tradición pictórica española y especialmente de su admirado Goya, en cuyo dramatismo trágico encontramos las raíces más profundas de su lenguaje plástico. Las grandes masas negras extendidas mediante gruesas y chorreantes pinceladas dominaran ahora la totalidad de una superficie pictórica en dialogo con los tonos blancos y rojos de los  arañazos, cruces, círculos y  signos arcaicos que emergen de la oscuridad  como heridas abiertas. Cada trazo, mancha, y símbolo se transforman aquí, en los gestos sublimados de la violencia infligida a la sociedad civil.

El espíritu contestatario crítico y rebelde que iluminó toda su obra queda maravillosamente sintetizado en palabras del propio artista cuando en 1959 expresó que ” el arte no debe serlo porque agrade (que no andamos en tiempos de buenas digestiones ni de reír por tonterías) si no más bien porque duela rabiosamente. Nada de explicaciones ni entendimiento. el arte no puede ser el cómodo asiento de lo intangible, si no el camastro pavoroso de los pinchos donde nos acostamos todos para echarle un saludo intemporal a la aguardadora muerte”. La suya es de aquellas obras cuya imperecedera vigencia nace de la honestidad, humanidad y valentía con la que se forjó.

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