La imagen, con la que esperamos ser recordados, ha sido siempre un pensamiento que ha condicionado el género del retrato. Este hecho, unido a la moda, ha enriquecido la historia del arte y es un rasgo que permite conocer distintas sociedades. De hecho, a lo largo del tiempo, la moda ha jugado un papel de estatus y poder, colores o determinadas prendas estaban directamente asociados a una posición en la jerarquía social.
La moda como herramienta de poder y comunicación, es algo que muchos monarcas abrazaron. Así, durante el siglo XVII, muchas de las tendencias eran impuestas por los dictámenes de los reyes y reinas, marcando pautas que eran imitadas por todo el reino, al estar presente en múltiples retratos oficiales. Una tendencia que, actualmente, podemos equiparar al fenómeno de los “influencers” y las redes sociales.
El retrato español: herramientas de poder y comunicación
En el retrato español de los siglos XVI y XVII, podemos observar una aparente sobriedad y la moda de las vestimentas negras, impuesta bajo el reinado de Felipe II. Estas elecciones no son casuales, al contrario, transmiten un mensaje estratégico. Siguiendo los criterios marcados por la Contrarreforma, el lujo y los excesos, propios del Barroco, fueron desechados en favor de una vestimenta austera, como gesto de rigor de espíritu y superioridad moral. No obstante, la austeridad en la paleta de color, también guarda lujo, aunque pueda pasar desapercibido a nuestros ojos, y es que, el tinte empleado tenía un gran valor, era conocido como “palo de Campeche” y era importado exclusivamente del Nuevo Mundo. Este costoso tinte permitía obtener un color de gran intensidad que era, en sí mismo, un signo de estatus. Es lógico por este motivo que fuera el apropiado de cara a inmortalizarse en un retrato.
La moda masculina fue notablemente la que más aceptó este canon, siendo los caballeros españoles los que, durante casi dos siglos, dejaron una marcada impronta en toda Europa. El negro español marcaba la diferencia frente a los excesos de otras cortes, como la francesa. Tal es el impacto y relevancia de este hecho, que los retratos del primer borbón, Felipe V, fueron a la manera española. Artistas franceses, como Ranc o Houasse, le pintaron como a sus predecesores Habsburgo, en un intento de asimilar en su persona la idiosincrasia de las costumbres y cultura españolas.
El lujo del negro de Campeche también alcanzó su arraigo en otras partes de Europa, donde se asentó por representar los mismos valores. Pesé al claro enfrentamiento religioso entre católicos y protestantes fueron estos últimos los que asumieron el negro como un símbolo de su doctrina. Los retratos de pintores como Rembrant y Hals indican como los comerciantes y aristócratas holandeses sucumbieron al furor por el negro. La moda española y la de los Países Bajos tenían sus matices. Los tipos de luto admitían un pequeño exceso, la gola, conocida también como lechuguilla o gorguera. El cuello que sobresale del traje destaca por su inmaculada blancura y sus complejos diseños. Pliegues o encajes actúan de separación entre rostro y cuerpo como otro símbolo de la posición social y ocupación. Este tipo de prenda nos permite identificar con cierto grado de seguridad espacios temporales concretos de acuerdo con el éxito de la moda. Pongamos por ejemplo la denominada golilla. Impuesta mediante decreto de Felipe IV, la golilla consiguió imponerse en España rápidamente. Su aspecto aparente y al mismo tiempo económico por prescindir de los encajes holandeses y flamencos fue determinante durante todo el siglo de Oro.