En un contexto artístico de posguerra en el que la práctica artística se debatía entre la figuración y la abstracción, el pintor francés Bernard Buffet saltó a la fama con tan solo 19 años gracias a un estilo completamente único y personal que nos brindó una de las obras pictóricas más fascinantes del siglo pasado.
La fama que logró alcanzar hasta convertirse en uno de los artistas franceses más exitosos del momento se debe, en parte, al incondicional apoyo que recibió de figuras tan destacadas del mundo del arte, como el de su protector Pierre Bergé, Jean Cocteau, Maurice Granier (propietario de la Galería Visconti) o del que fuera uno de los ministros de Cultura franceses más reputados que ha tenido Francia, André Malraux.
Considerado por muchos como el último gran pintor de París, Buffet renovó el repertorio estilístico y formal sumergiéndose en un camino propio de inspiración existencialista, ajeno a cualquier moda y corriente imperante. De hecho, si existe un movimiento con el que podemos relacionar la pintura de Buffet este sería con el de la corriente filosófica del miserabilismo, cuyo pensamiento en la estela del existencialismo, capitaneado por Sartre y Camus, se gestó durante el siglo XIX como reacción a las promesas incumplidas de las utopías socialistas. De este modo, el miserabilismo, como corriente artística, se tradujo en un arte que pintó la miseria humana de forma sublimada.
En este sentido, la tragedia humana que Buffet simbolizó a través de figuras, paisajes o bodegones de flores como el que aquí presentamos, estará completamente determinada por los horrores de la guerra y la muerte de su madre. Dominados por un grafismo deliberadamente anguloso y un trazo de línea gruesa que someterá a un proceso de geometrización y estilización, Buffet logró trasladar al lienzo el profundo estado de melancolía en el que se encontraba. Junto a ello, la paleta de colores austera y la ausencia de todo elemento superfluo incrementará la atmosfera desapacible de sus bodegones, expresando simbólicamente el estado de desasosiego que se respiraba en la Francia ocupada.
Su estilo, rápidamente reconocible, contribuyó al fulgurante éxito del pintor, cuyo prestigio y cotización, lejos de decrecer se ha mantenido hasta nuestros dias gracias, en parte, a exposiciones monográficas que, como la que le dedicó el Centro Pompidou de París en el 2017, han contribuido a la revalorización de su obra.