La introducción del movimineto nazareno en Catalunya encontró en Claudio Lorenzale a uno de sus grandes representantes.
Las convulsiones históricas y sociales de principios del siglo XIX propiciaron la aparición de movimientos artísticos que, como el de los nazarenos del romanticismo alemán, invocaron las glorias de tiempos pasados para restaurar el espíritu nacional perdido. Herederos de la ola de sentimentalismo, medievalismo y beata religiosidad que invadía a Alemania por aquel entonces, los nazarenos capitaneados por Friedrich Overbeck y Peter von Cornelius, buscaron recuperar la espiritualidad y honradez de un arte que se manifestara como la expresión más pura y verdadera de la fe cristiana.
De este modo, el ideal de perfección neoclásico, tachado de superficial, dio paso a una supremacía del contenido espiritual inspirado en los modelos del arte medieval y en la pintura de los maestros del Quatroccento y del primer Rafael, cuyo estilo consideraban más cercano a la auténtica naturaleza alemana. En 1908 y con el objetivo de estudiar directamente las fuentes del arte y la cultura cristiana, el núcleo principal de los nazarenos se establece en Roma bajo el nombre de la Comunidad de San Lucas, patrón de los pintores. Pese a ser ridiculizados en un principio por Hegel y por Goethe, el ideario de Overbeck y compañía terminó afianzándose en el ambiente romano hasta extenderse alrededor de Europa gracias a los importantes encargos públicos que se les asignaron (el ciclo de frescos de Casa Bartholdy y el ciclo de frescos de Casa Massimo) y por la influencia que ejercieron sobre otros artistas que como Claudio Lorenzale se encontraban por aquel entonces pensionados en Roma.
La teoría y estética de los nazarenos se extiende e irradia mediante el contacto directo con estos jóvenes pintores que encontraron en el nazarenismo el origen de la recuperación del pasado histórico catalán. De hecho, las similitudes entre la emergente Renaixença catalana y el pensamiento Nazareno propiciaron la integración de un importante grupo de artistas catalanes, que como Pelegrín Clavé, Francisco Cerdà, Manuel Vilar, Joaquim Espalter y Pau Milà i Fontanals, así como el propio Lorenzale formaron el movimiento romántico nazareno en Cataluña.
Ejemplo de ello es el lienzo de Claudio Lorenzale en licitación, cuya estética e intencionalidad sigue el ideario artístico purista de su maestro, Friedrich Overbeck.
La pieza inspirada en un pasado que se representa de modo bucólico, nos introduce en una escena donde la presencia de un grupo de jóvenes de alta alcurnia, que se encuentran disfrutando de las artes, nos acerca a la estética italiana de principios del renacimiento evocándonos, en gran medida, el relato de El Decamerón de Boccaccio en el que narra la estancia de un grupo de jovenes en una villa de las afueras de Florencia, donde huyendo de la peste negra que azotaba la ciudad, vivirán sus día dedicándose exclusivamente a las artes y al ocio. Lorenzale recurre aquí a una de las obras magnas de la literatura europea para revivir el esplendoroso pasado de los ideales humanistas iniciados por Petrarca en el siglo XIV.
Los ideales estéticos puristas de inspiración medieval translucen en una composición escolástica y eclecticista basada en la preponderancia del dibujo que determina las formas con una dureza en el perfilado. Asimismo y como bien ilustra nuestra obra, la profundidad y el volumen no formarán parte de sus preocupaciones plásticas, observándose en ella una mínima utilización del claroscuro, que pese a la perspectiva de la escena, nos muestra una clara inclinación hacia los colores planos. Esta luminosidad uniforme expresa la intemporalidad que pretendían otorgar a su obra como manifestación del triunfo de lo sagrado por encima del tiempo.
Como uno de los más destacados artistas adscritos a la corriente nazarena, Lorenzale desarrolló una importante actividad docente que le llevó a fundar su propia academia en defensa de la recuperación de los modelos anteriores a Rafael. Como el gran maestro que fue, el prestigio y reconocimiento que alcanzó, influyó en gran parte de la pintura barcelonesa de la época.