El nombre de la ciudad de Florencia evoca, directamente, la cuna del Renacimiento, el esplendor cultural bajo el gobierno de la familia Medici. Los nombres de Donatello, Miguel Ángel, da Vinci, Boticelli, sólo por mencionar algunos, son parejos a la fama de la ciudad del Arno. Tenemos asentado en el imaginario colectivo la Florencia del quattrocento y cinquecento, pero ¿cómo fue durante el Barroco?.
La familia Medici continúo prosperando generación tras generación hasta abarcar poder fuera de las fronteras de Florencia. Unos pequeños burgueses, hacia el siglo XIV, pasarían a ser los banqueros de media Europa y a gobernar una parte importante de la península itálica. A mediados del cinquecento, Cosme I recibe del papa el título de Gran Duque de Toscana. A partir de entonces la dinastía se equipará a las antiguas monarquías de Europa.
Un buen gobernante, como diría Maquiavelo, ha tener presente esta máxima “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. No hay mejor instrumento para demostrar en política, que la propaganda a través del Arte. El aspecto de Florencia sería muy distinto al que encontraríamos en otras urbes europeas aún cercanas al medievo. Las fachadas repletas de mármol en el estilo clásico, las puertas de bronce de Giberthi o la gran cúpula de Santa Maria dei Fiori dejarían sin palabras a los visitantes extranjeros. El gran logro de su gestión fue invertir los beneficios de los bancos y manufacturas en el desarrollo y suntuosidad de la ciudad. Multitud de artistas y científicos encontraban, en Florencia y en su señor, el mejor mecenas posible.
Cosimo II, nieto del primer duque, acogería bajo su protección a un buen numero de sabios y artistas, destacando Galileo Galei, que fue su maestro durante la infancia. EL propio Galileo ofrecería como muestra de agradecimiento al duque, el descubrimiento de los satélites de Júpiter nombrándolas estrellas mediceas. La pasión de Cosimo por el humanismo queda reflejada en sus amplios conocimientos e intereses, desde las matemáticas a la geografía, la cosmología o la cultura clásica. Dominaba varios idiomas, aparte del italiano: el castellano, el alemán y el francés, algo clave para sus relaciones diplomáticas con personajes de la talla de Felipe III o Luis XIII.
Al igual que hicieron sus predecesores, entendió que para demostrar su posición tendría que ofrecer una imagen digna de un soberano, pese a contar sólo con diecinueve años cuando ascendió al trono. La visión que ofrecen sus retratos son las de un hombre de armas y aspecto saludable, algo que distaba mucho de la realidad. Se hace pintar luciendo condecoraciones, vestido con una lujosa armadura y con la distintiva corona de los grandes Duques de Toscana. Retratos como el que presenta a subasta Setdart son un testimonio histórico incomparable de la función del arte en el campo de la diplomacia y la política. Estas obras eran ofrecidas como obsequio a otros monarcas afines para estrechar relaciones y consolidar alianzas, como pudiera ser el caso de los Habsburgo en Austria o en España.