Ruinas en el barroco

El campo vaccino o pasto de las vacas, de esta forma se denominaba en el 1600 al lugar más importante del mayor imperio de la antigüedad, el Foro de Roma. El glorioso pasado quedaba muy atrás, su recuerdo se mantenía gracias a la literatura, las ruinas que sobrevivieron apenas daban cuenta de lo que un día fueron. El espacio donde antes deslumbraban las esculturas, templos y basílicas se había convertido en el área de trabajo de los pastores de Roma. Sólo quedaban en pie los arcos de Tito, Septimio Severo y de Constantino. La curia era una iglesia, al igual que el templo de Antonio y Faustina, el Coliseo, orgullo de los Flavios, había quedado reducido a apartamentos arrendados. El panorama, por desolador que parezca, era la perfecta fuente de inspiración para los artistas. Los capiteles caídos y las columnas serían tomadas como referencia para crear unos mundos imaginarios y fantásticos partiendo del pasado clásico. Las pinturas que reflejaban estos escenarios se acabarían denominando “caprichos de ruinas”.

El foro romano en el siglo XVIII según grabado del G. B. Piranesi

Los temas religiosos fueron frecuentes en la producción de Picasso en esos años, bajo la tutela de Antoni Caba (véase “Escena interior romana” en el Museo Picasso de Barcelona). Pero fue en los formatos más pequeños, óleos sobre cartón como el que nos ocupa donde encontramos el asunto religioso tratado con mayor espontaneidad de trazo (similar a “Bautismo”, 1895, Museo Picasso). En estilo y técnica se aleja ya de la influencia de sus maestros academicistas.

La escena muestra una misa tridentina (el ritual se realiza de espaldas a los feligreses). Monaguillos y frailes se arrodillan o inclinan sus cabezas con reverencia, dirigiendo sus cuerpos hacia la figura del párroco, quien ocupa el centro compositivo frente al altar. El sagrario refulge por las velas encendidas de los candeleros. Éstos confieren un juego de contraluces que matiza los negros y enciende los blancos y dorados, bañando el interior con calidades íntimas. Puede compararse esta obra con “La primera comunión” (1896), en la que también las figuras se repliegan en su interior ante la sacralidad del evento. El genio picassiano, el pálpito rebelde, emerge en cada pincelada de esta composición de tema tradicional.

La obra que presentamos reúne los rasgos más representativos del género de ruinas y arquitecturas y los propios del autor. La ilusión y dinamismo alcanza una nueva cota creando la sensación de que las propias ruinas colapsan. Las columnas caídas se esparcen alrededor de los personajes, casi como si esquivaran el desastre.

El género de las ruinas y caprichos continuaría hasta el siglo XVIII enlazando con los gustos neoclásicos del momento. Otros ejemplos de este tipo los hallaríamos en obras de Piranesi en el tema de los grabados y en la pintura a Hubert Robert y a Paolo Panini.

Durante el periodo Barroco en España las obras de Juan de La Corte y de otros pintores de arquitecturas alentaron el propio desarrollo de la arquitectura, muchos de los pintores cortesanos recibirían encargos de arquitecturas efímeras como arcos triunfales, fachadas fingidas, así como el diseño de monumentales retablos y las portadas de las iglesias y palacios.

Círculo de HANS VREDEMAN DE VRIES “El regreso del hijo prodigo”. Adjudicado en Setdart.