Mariano Fortuny: un virtuosismo sin parangón

Desde Goya no hubo un pintor español con mayor proyección internacional que la que alcanzó Mariano Fortuny en su corta trayectoria. Dentro de una generación de pintores extraordinarios que elevaron el arte español del siglo XIX a la máxima potencia, Fortuny capitaneó una absoluta renovación de las artes plásticas que marcó no solo a sus más allegados sino a toda una generación de pintores europeos.

Tras demostrar una precoz afición por las artes, el joven Fortuny inicia su formación académica en la escuela de La Llotja donde logró la beca que le llevaría por vez primera en 1858 hasta Roma. En la capital italiana, Fortuny desarrolló una parte fundamental de su trayectoria que marcaría profundamente su personalidad y proyección artística. En este sentido los múltiples viajes que Fortuny realizó a lo largo de su vida supusieron una evolución constante en su pintura, logrando abstraer de ellos un aprendizaje que, con un instinto extraordinario, lo condujo hacia una concepción plástica completamente innovadora impulsando su pintura más allá de los convencionalismos académicos.

“Mandolinero” es un óleo plenamente ilustrativo de la producción que llevo a cabo durante los primeros años de su segunda estancia en Roma y en la que el poso de las múltiples influencias que absorbió a raíz de sus constantes viajes emerge para fundirse en un apoteósico ejercicio de virtuosismo lumínico y colorista. En esta etapa sus trabajos estarán frecuentemente protagonizados por figuras vestidas con trajes populares italianos o indumentarias propias del medievo que denotan el hondo conocimiento de Fortuny en relación a la tradición pictórica del arte renacentista y barroco.

Su estilo marcado por un excelso dominio técnico alcanza aquí el perfecto equilibrio entre la precisión del dibujo y la recreación suntuosa de la luz donde las calidades textiles y táctiles de las carnaciones, unidas al alto grado de detallismo, logran insuflar en la figura masculina una corporeidad casi escultórica. En Su técnica al oleo, precisa colorista y brillante nos desvela un afán de experimentación y  búsqueda constante hacia   nuevas perspectivas entorno a cuestiones que, como  la captación lumínica, le llevaron a convertirse  en   pionero a la hora de construir  los efectos sombreados con tonos distintos al negro.

Gracias a esta producción  de carácter anecdótico  donde ya se presagian sus celebres  cuadros de cascaron,  Fortuny cosechó un éxito sin precedentes, no solo entre los artistas que le siguieron, sino  también  entre los coleccionistas y marchantes  mas prestigiosos del momento. Su interés por la observación detenida y  el extremado refinamiento de sus creaciones pronto lo consolidaron como artista de   fama internacional  llegando a originar el termino conocido como “fortunyismo”, para definir el estilo  que desarrollaron varias generaciones de artistas imbuidos en el irrefrenable  espíritu creativo e innovador del pintor.

Dibujante extraordinario, superdotado acuarelista y maestro del grabado a la estela de su admirado Goya, Fortuny  enarboló  un virtuosismo sin parangón en el siglo XIX  que le llevo a   redefinir y encarnar un nuevo concepto de  la figura del artista en España, siendo como  bien sostienen diversos expertos el  mas relevante que ha existido entre Goya y Picasso.

Pese a su inesperada y prematura muerte, podemos considerar que Fortuny  alcanzó en vida el estatus de auténtico mito, cuya verdadera dimensión y proyección  artística quedó truncada  demasiado pronto dejándonos con la sempiterna incógnita de hasta dónde hubiera llegado su talento.