“Figuras clásicas” de Torres García, a caballo entre el Noucentisme y el arte constructivo

Desde muy pronta edad, a pesar de haber nacido en el seno de una familia de comerciantes y artesanos sin inquietudes culturales, Torres García mostró una gran sensibilidad artística. Fue adentrándose en la creación de forma autodidacta e, incluso, fue gracias a su insistencia que sus padres (el padre era catalán, la madre uruguaya) cedieron a sus deseos de abandonar Montevideo y emprender el viaje hacia Barcelona.

La estadía en Barcelona dejó una tremenda huella en quien se convertiría en el creador del Arte Constructivo. Siempre presto a dejarse impregnar por lo más nuevo, Torres-García quedó subyugado por la efervescencia cultural que bullía en la capital catalana, a la que llega en 1891. Se integró en el grupo de intelectuales y artistas que promovieron el Noucentisme, un movimiento que reaccionó contra la sofisticación “decadente” del art Nouveau y estableció una relación con la naturaleza y la historia primitiva que se manifestaba en escenas pastorales de la edad de oro mediterránea. Como miembro de este influyente grupo, el pintor uruguayo se convirtió en uno de los artistas más reconocidos en Barcelona a principios del siglo XX.

De ello queda testimonio por la envergadura de los encargos y proyectos que realizó, como los frescos destinados al Saló de Sant Jordi del Palau de la Generalitat de Catalunya, o la célebre pintura “Filosofía presentada por Palas en el Parnaso”. Son obras que se inscriben dentro del retorno a las normas establecidas por el clasicismo propugnado por Eugenio d’Ors.

Aunque también pertenece al periodo barcelonés, la pintura “Figuras clásicas” ya se aleja de los postulados noucentistas. Esta obra ocupa un valioso eslabón en el camino personalísimo que el artista fue desbrozando por sí mismo y que lo llevaría a una reinvención revulsiva de la práctica pictórica.

En este paisaje apaisado con figuras, pintado en témpera, a pesar de que la impronta noucentista permanece a través de la reinterpretación del clasicismo y del interés por situar a los personajes en un entorno rural, el modo de resolver los cuerpos y aplicar los colores ya nos advierten de una búsqueda radicalmente distinta de la que llevaba a cabo el grupo catalán. En el modo de economizar las formas y sintetizar la línea, así como en la adecuación de la paleta a un abanico de tonos ocres y sienas, se aprecia cierto latido cezanniano.

En este paisaje, de estudiada composición, con un olivo compartimentando la escena, los tres cuerpos se encierran en sus propios gestos y pensamientos a la vez que se amoldan armónicamente a la escena. Las casas han sido descritas con el mismo afán por esquematizar el mundo, por reducir la vida a su esencia.

Aquella Barcelona que por entonces acogía a algunos de los que habrían de revolucionar para siempre el arte, como el propio Picasso, con el que Torres García debió coincidir más de una vez en “Els Quatre Gats”, una época en la que el pintor uruguayo trabajaba con Gaudí en los vitrales de La Sagrada Familia, fue cuna para quien sería el impulsor del “universalismo constructivismo”. En concreto, “Figuras clásicas”, presagia su gran contribución a la historia del arte moderno.