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El mundo personal y hermético de Luis Fernández López

Aunque la neutral Suiza o ciudades como Nueva York, al otro lado del Atlántico, se convertirán en el periodo de entreguerras en importantes centros artísticos, refugio de dadaístas y otros creadores en lucha con la moral establecida y cualquier tipo de convencionalismo social, París no perderá su protagonismo, al menos hasta que la devastada Europa ceda el testigo en la innovación artística a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Si antes de la Gran Guerra fueel barrio de Montmartreel centro de la vida bohemia y artística, en el periodo de entreguerras será Montparnasse el corazón de la vida intelectual de París. Pablo Picasso, Guillaume Apollinaire, Jean Cocteau, Erik Satie, Marc Chagall, Soutine, Marcel Duchamp, ConstantinBrancusi, Juan Gris, Foujita, Giacometti, Salvador Dalí o Joan Miró son algunos de los artistas plásticos y literatos que se dieron cita en los humildes estudios habitados por ratas y en los ajetreados cafés de Montparnasse, junto a personajes como la modelo Kiki de Montparnasse, musa de ManRay y Pablo Gargallo o intelectuales y marchantes como GertrudeStein. En este ambiente surge el “Purismo” de la mano de Le Corbusier, se dan algunas de las primeras experiencias dadaístas y se gesta el surrealismo

 

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“Mineros asturianos» 

Luis Fernández López, nacido con el siglo en Oviedo, se instalaría en este bullicioso centro artístico que es Montparnasseen 1924, tras una infancia marcada por la tragedia que constituiría la pérdida de sus padres y su abuelo materno. Con solo 12 años queda bajo la tutela de un tío que le emplea de aprendiz en un taller de orfebrería de Barcelona, donde, al parecer, se desvela su vocación artística, matriculándose en las clases nocturnas de la Escuela de Llotja. Cuando llega a París es aún un joven artista en formación, que quedaría intensamente impactado por la obra y la personalidad de Picasso. En su producción de juventud Luis Fernández asume aspectos del cubismo picassiano, del purismo, del neoplasticismo y del surrealismo pero poco a poco va concretando un lenguaje intensamente personal, meditativo, sereno, de gestación lenta y reflexiva. Trabaja asiduamente el bodegón o la naturaleza muerta, en composiciones que a veces se inspiran en la pintura del Siglo de Oro español para transformarla e insertarla en la plena modernidad del siglo XX. La filósofa María Zambrano lo conoció en París en 1947 y dijo de él: “pintará cebollas, trozos de carne, flores a punto de descomposición, cuando la forma lograda parece regresar a la materia de donde viniera; en que el infierno se yergue a tomar su presa evadida tan sólo por una breve hora”. El artista busca trascender la materia para llegar al “alma” de los objetos.

 

Su pausada manera de trabajar, que da lugar a una producción escasa, así como la mala relación con los más importantes marchantes del momento, harán que su obra sea casi desconocida hasta poco antes de su fallecimiento. La antológica celebrada en 1972 en el Centro de Arte Contemporáneo de París, un año antes de su muerte, será un hito esencial en la revalorización actual de su figura, como también la tesis doctoral de Alfonso Palacio, director del Museo de Bellas Artes de Asturias, que conserva buena parte de su obra.