Baltasar Lobo: entre la tradición y la modernidad

La escultura moderna encuentra en Baltasar Lobo las raíces de nuestra tradición mediterránea, en obras como “La source”, donde la figura femenina es concebida como una verdadera Diosa de la Antigüedad.

A lo largo de la primera mitad del siglo XX, la escultura vivirá una revolución radical que transformará para siempre la concepción excesivamente academicista, que hasta el momento había dominado su práctica. Será entonces cuando los cambios que apuntaron algunos escultores del siglo anterior se materializaran para dar luz a una obra que, independizada de proyectos arquitectónicos y urbanísticos, cobrará valor por si misma.

De este modo, la revolución que inició el maestro August Rodin, cambió el paradigma de la obra escultórica, marcando un punto de inflexión para toda una generación de artistas posteriores que encontraron en el legado de Rodin, el punto de partida de sus experimentaciones. En este sentido, cabe destacar dos tendencias plenamente diferenciadas, que a su vez se retroalimentaron entre sí: por un lado, la vertiente concebida bajo el sello de identidad de lo inacabo y fragmentario representada por escultores de la talla de Julio Gonzalez y por otro la tendencia más naturalista en la que podemos inscribir a Baltasar Lobo. En esta última y como en el caso del escultor zamorano, seguirá presente el sustrato de la realidad que, a pesar de revitalizarlo y transformarlo, estará íntimamente ligado a las tradiciones más ancestrales y primitivas de la cultura egipcia y Mediterránea.

Siguiendo esta premisa, Baltasar Lobo buscó la belleza de la escultura helénica a través del que ha sido uno de los motivos centrales de la historia del arte: el desnudo femenino. En este sentido, la tragedia de la Guerra Civil y el exilio  determinaron la producción de Lobo, quien a partir de entonces quiso atrapar  en sus esculturas instantes fugaces de felicidad y serenidad en los que la mujer como símbolo  de vida, fue el centro creativo de su producción. Asimismo, el horror y la destrucción que la Segunda Guerra Mundial sembró en Europa, despertó en los artistas una necesidad de rehumanización del arte que se vio reflejada tanto en cuestiones temáticas como estéticas.

Bajo este precepto Baltasar Lobo encontró un lenguaje escultórico muy singular y propio que desarrolló a medio camino entre lo primitivo y lo vanguardista, la abstracción y el naturalismo, y en el que los volúmenes suaves y redondeados a la par que rotundos, dan vida a unas formas femeninas de reposada y delicada sensualidad que exaltan a la mujer, como fuente de iniciación y vida. Ya sea en actitud meditativa  como en este caso, o acunando a sus hijos, las mujeres de Lobo encarnan a verdaderas diosas de la fertilidad, cuyas redondeces invitan a la caricia y a reencontrarnos con esa felicidad robada. Un soplo de pureza y ternura que  entre tanta devastación nos traslada a un mundo arcádico.