José Guerrero: un viaje hacia el expresionismo abstracto.

José Guerrero  llegó a Estados Unidos en noviembre de 1949 para iniciar la etapa que transformaría para siempre el devenir de su trayectoria. Con un bagaje marcado por la obra de los grandes maestros de las vanguardias europeas, Guerrero  se instaló en la capital del arte moderno. En una ciudad de New York que se encontraba dominada por el apogeo del expresionismo abstracto, el pintor granadino  pudo entrar en contacto directo con las tendencias del actionpainting. La conmoción que le provocaron las  obras de Pollock , despertó en el un  hambre voraz de modernidad y libertad, que le condujo, años mas tarde, a convertirse en uno de los integrantes, junto a grandes nombres  del movimiento como Rothko, Klein o Motherwell,  de la llamada Escuela de New York. A esta etapa tan determinante en la conformación de su lenguaje plástico pertenece el óleoblack-yellowprocedente de la icónica galería Betty Parsonsque el próximo día 15 presentamos en licitación. En palabras del propio artista, la sensación de libertad combinada con otra de grandiosidad que le produjo el expresionismo americano  le hizo comprender que » había un arte con una escala diferente al europeo, con  una espontaneidad y brío que no necesitaba recurrir al pasado»

Lote: 35120669. JOSÉ GUERRERO (Granada, 1914 – Barcelona, 1991). “Black- yellow ”, 1962.
Guerrero trabajando en una pintura mural en Nueva York. Circa 1950.

En el desarrollo de su etapa americana, fue especialmente importante la exposición Younger American painters en el Solomon R. Guggenheim Museum, cuya participación le otorgó una notable  notoriedad  que se vio reflejada incluso, en publicaciones como la que le dedicó la revista Vogue. Su plena integración en la vida artística de New York llegó de la mano de la gran galerista y marchante Betty Parsons. La que fuera una de las mayores impulsoras del expresionismo abstracto norteamericano, se convirtió también en una de sus grandes valedoras, exhibiendo sus obras con regularidad entre 1954 y 1963.

Obras como esta nos permiten descubrir  la libertad creadora que encontró en la energía desbordante de la pintura gestual, donde la superficie pictórica  se transforma en un puro  diálogo  entre forma y color. A través de la contraposición de campos de color que se expanden y fluyen  sobre el lienzo – en este caso del negro y amarillo tan característico en la pintura de estos años-  establece una serie de tensiones internas y ritmos visuales que convierten la pintura, en una ventana hacia el universo creativo más intuitivo y emocional del artista.

Su obra jamás hubiera sido la misma sin los desbordantes borbotones de color  de Pollock, los campos de color de Rothko, o las grandes estructuras negras delimitadas con absoluta precisión de Motherwell. Pero tampoco sin el poso imborrable de  sus raíces, en las que su amistad con  la familia Garcia Lorca o la huella  de la España negra de la Guerra Civil conformaron ese campo de batalla convertido en lienzo, donde Guerrero desnudó y confrontó sus experiencias vitales.

Guerrero logró forjarse  un nombre entre el efervescente  y competitivo  panorama artístico de la ciudad de los rascacielos. Pero sobretodo  fue en esta ciudad donde encontró  la libertad y pureza que desde entonces gritaron sus lienzos.