Eduardo Úrculo: la sensualidad pop

Creador determinante en la configuración de las vanguardias españolas, Eduardo Úrculo alcanzó la cumbre de la llamada nueva figuración, de la mano del pop art, estilo donde su obra se manifestó con un lenguaje más audaz y personal.

Tras unos inicios dominados por el expresionismo social de denuncia, Úrculo sufrió una crisis creativa que le llevó en 1966, a instalarse en la meca del movimiento hippy que por aquel entonces era Ibiza, isla donde emprendió una nueva etapa personal y creativa que marcaría un punto de inflexión y ruptura con su obra anterior. Un año más tarde, durante un viaje a Estocolmo, descubrió lo que con tanto afán había estado buscando. La exposición antológica donde pudo ver los trabajos de Warhol, Linchestein y Rauschenberg significó el inicio de su idilio con los postulados del pop art revelándose a través de él una neofiguración en la que podrá dar cauce a su faceta más vitalista, lúdica, e irónica.

Fue en este momento cuando, imbuido por la música de Pink Floyd, la filosofía hippy y el espíritu optimista de la isla pitusa, la vida y su arte resurgieron con una vitalidad y hedonismo hechizantes. A partir de entonces, su obra adoptó una estética cercana al   cómic y a la publicidad de lineas envolventes y tintas planas que dio luz a una etapa definida como época erótica que abarcaría los últimos años de la década de los sesenta hasta finales de los años  setenta

Será entonces cuando el cuerpo de la mujer cobre un protagonismo absoluto en obras que, como esta, esconden un carácter mucho más transgresor de lo que a simple vista nos sugiere. Teniendo en cuenta el contexto político y social represivo de la España franquista, Úrculo hizo saltar por los aires todos  los tabús entorno a la sexualidad, cuya libertad exaltó a través  de un cuerpo femenino de sugerentes posturas y formas voluptuosas de desbordante sensualidad. Asimismo, los acusados contrastes de forma y color otorgan un aire psicodélico a unos espacios interiores que progresivamente se irán llenando de ornamentaciones barroquizantes y arquitecturas de raigambre modernista.

Pese a su evidente erotismo, sus imágenes no llegaron nunca a la tosquedad de lo explícito. La suya es una interpretación del cuerpo femenino cercana a la realizada por los surrealistas donde el rostro de la mujer, desprovisto de cualquier rasgo de individualización, aparece oculto entre espejos, cortinajes y telas para simbolizar en su cuerpo el deseo más puro y universal.

El carácter reivindicativo de estas obras quedó refrendado por el propio artista cuando confirmó que sus pinturas participaron de la llamada revolución sexual, entendida como medio de lucha y autoafirmación frente a la represión del sistema. De hecho, las primeras producciones de esta etapa se vieron salpicadas por el escándalo a pesar de contener una discreta carga erótica, llegando incluso a vivir la censura al retirar sus cuadros de muestras como la Bienal Hispanoamericana.

Sensorial, sensual y vitalista, así fue el mundo que Úrculo creó, un universo que, como dijo Juan Manel Bonet, “parece tocado por el signo de Eros”.

 

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