Hacer lo humano divino

¿Cómo podríamos distinguir un retrato de un caballero del siglo XVII y el de un santo? La tradición del arte cristiano desde hace milenios ha asumido una herramienta para ayudarnos a diferenciarlo y de esta manera reconocer el trasfondo místico que esconde la pintura: el nimbo o aureola.

El origen de la palabra resuelve claramente su definición. Procede del latín áurea que significa dorado o de oro, es decir, el halo o círculo dorado o luminoso que envuelve a las figuras y que presenta el carácter divino de quien la porta.  Gracias a este rasgo podemos distinguir a los santos, la Virgen y a Cristo en cada una de las pinturas que tuviéramos delante. ¿Por qué hemos asumido esta convención? ¿cuál es su origen? La respuesta es fascinante.

Relieve; Arte greco-budista; Gandhara, Pakistán, siglos II-III d.C.

Podríamos encontrar este halo en culturas de todo el mundo, en extremos la una de la otra y desde hace miles de años. El rasgo común es muy interesante, ya que indistintamente de la religión o la cultura, el hombre viene identificando de forma muy similar lo divino que hay en su propia naturaleza. El primer ejemplo de aureola lo encontramos en el Antiguo Egipto, sus convenciones artísticas representan a sus dioses habitualmente con el disco solar sobre la cabeza. En el otro lado del Mediterráneo, los griegos, usan el disco de luz o rayos con destellos para identificar a algunas divinidades como las solares en el caso de Apolo o de Helios. Este rasgo se asumiría por los romanos que lo extenderían incluso a personas divinizadas, como por ejemplo la familia imperial. En partes más remotas como la India también vemos el nimbo en imágenes de Buda. Quizá un resumen rápido a esos orígenes es que desde la cuna de Egipto se influenciara a Grecia, durante el periodo helenístico se traspasara a la India y posteriormente fuera imitado también por el imperio Romano. Es justo por el arte romano que el arte cristiano asimilara el nimbo.

El arte paleocristiano usa desde muy temprano el halo dorado para identificar la figura de Jesús y diferenciarlo así de una escena costumbrista. Es probable que las primeras manifestaciones de Cristo, que solían ser como un buen pastor o como un joven junto a los doce apóstoles, el nimbo acabara siendo imprescindible para dotarle una dignidad iconográfica superior. Así el pastor con su rebaño se asemejaba al dios Apolo en una escena bucólica o las escenas de banquetes, a la última cena.  El arte cristiano fue evolucionando y adaptándose según las peculiaridades de cada región y de cada momento histórico hasta nuestros días.  De las representaciones de Cristo se fue incorporando a la Virgen y posteriormente a los santos. El halo se convierte en un elemento indispensable tal y como vemos en ejemplos tan antiguos como los iconos bizantinos. Durante el periodo medieval este rasgo permanece y ya en el Barroco se convierte en un efecto más dinámico y teatral.

Fragmento de fresco. Bizancio, siglo XIV. “San Juan Evangelista”. Adjudicado en Setdart

Hemos visto como ese pequeño halo de luz dorado que emana de las figuras, automáticamente en nuestra mente se identifica con lo divino. Es curioso pensar que este rasgo es producto de miles de años de tradición de culturas considerablemente alejadas a la nuestra, sin embargo, pese al tiempo y al espacio, parece que no somos tan distintos.

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