Escuela italiana siglo XVII
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Escuela italiana del siglo XVII. “Paisaje con figuras”.

Escuela italiana siglo XVII

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Escuela italiana del siglo XVII.
“Paisaje con figuras”.
Óleo sobre lienzo.
100 x 131 cm; 108 x 139,5 cm (marco).

 

Esta obra se enmarca dentro de la órbita de Annibale Carracci, creador del paisaje clasicista barroco. Su lenguaje se caracterizó ante todo por el idealismo y por una concepción de la naturaleza que expresa armonía y clasicismo por encima del tema representado, que queda relegado a un segundo plano de importancia. Aunque las figuras quedan perfectamente insertadas en el paisaje, el boloñés aportó una nueva concepción de éste como entidad autónoma, independiente, no manipulable por el hombre, muy por encima de su categoría anterior como mero decorado de los sucesos humanos, divinos o mitológicos. Carracci plasmará eminentemente paisajes que alojan temas religiosos, pero sus seguidores irán un paso más allá eliminando la trascendencia del tema (aunque no las figuras), de modo que el paisaje se alce como el verdadero protagonista de la pintura.

El paisaje clasicista fue por tanto una de las novedades que caracterizan a la pintura italiana del siglo XVII, y ya desde las primeras décadas de la centuria se aprecia un cambio en la interpretación del paisaje. Esta escuela se caracterizará ya en el pleno barroco por la plasmación de escenas líricas que evocan la visión arcádica del entorno pastoril, sin la pretensión de recrear paisajes concretos. La naturaleza es por tanto ordenada por el artista y sometida a las reglas clásicas, en la búsqueda de un orden natural ideal de raíz clásica. Así, encontramos equilibradas composiciones en horizontal, en línea con el clasicismo boloñés, y al mismo tiempo puntuales aunque exactas disposiciones de la naturaleza que se relacionan con la pintura de Caravaggio y de los pintores nórdicos asentados en Roma, dos influencias que confluyen predominando la primera.

Así, en esta obra vemos esa naturaleza ordenada en base a una estructura ortogonal, compensada y de tendencia simétrica, en la cual la presencia humana es una mera anécdota que acerca el paisaje al espectador, sin centrar sin embargo su atención. La estructura se organiza en base al cauce central del río, que discurre ondulante desde el primer plano hasta el fondo, guiando nuestra mirada hacia las lejanas montañas, azuladas por la distancia, que cierran la composición y se recortan contra un cielo luminoso, surcado de leves y monumentales nubes, que ocupa casi la mitad de la superficie pictórica. El espacio se construye en profundidad utilizando recursos propios de la escuela clasicista italiana del barroco, principalmente un hábil manejo del color y de la luz que va marcando la distancia de forma gradual y naturalista. En los primeros planos se concentran por tanto tonos intensos y cálidos, que van perdiendo opacidad según se alejan, y van adquiriendo una tonalidad más fría, con predominio de los verdes y ocres a medio camino para finalmente desembocar en un horizonte totalmente azul.

 

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