Chillida: una fuerza creativa surgida de la naturaleza.

Entre las rocas y el oleaje de la  playa de Ondarreta de San Sebastian emerge el famoso “Peine del viento”, una de las monumentales  esculturas públicas con las que la voz artística de Eduardo Chillida, se hizo sentir a lo largo y ancho de  un continente europeo, en plena transformación. Las premisas sobre las que el escultor vasco construyó su creación parecen determinadas por el paisaje y la relación con el entorno natural   donde paso su infancia. Junto al mar, cristalizaron las  reflexiones en torno a los conceptos de  espacio y  tiempo bajo los que fundamentó una obra forjada en la hermandad de  los eternos ritmos  que encontró observando las mareas de la bahía de San Sebastian. Sin embargo, sería injusto delimitar únicamente a la escultura el prestigio y reconocimiento internacional que alcanzó  el artista donostiarra, cuya obra también se celebra por el uso  de  múltiples prácticas artísticas  que, como el collage, desarrolló a lo largo de su vasta trayectoria. A través de obras como la que aquí nos ocupa, construimos un relato más profundo y complejo que arroja luz, sobre la verdadera magnitud del universo creativo del que ha sido, una de las figuras clave en la transformación radical  que experimentó el arte español durante el  siglo XX.

Lote: 35217448. EDUARDO CHILLIDA JUANTEGUI (San Sebastián, 1924 – 2002). Sin título, 1967.

Bajo esta premisa, el collage realizado en 1967 supone un magnífico ejemplo de la imperecedera fascinación de Chillida por los conceptos de espacio y forma cuyas reflexiones y planteamientos al respecto se materializan en su trabajo escultórico  y que, de forma  igualmente magistral, logra trasladar al mundo del papel. En este aspecto, su  formación académica  en el campo de la arquitectura ejerció un papel determinante  a partir del cual, arraigaría un profundo interés en hacer visible el espacio a través de la consideración de sus formas circundantes, Sus investigaciones a este respecto entroncan con los postulados  de Martin Heidegger, cuyas reflexiones  filosóficas entorno a la forma del  vacío han sido reconocidas como base teórica de la llamada  Escuela Vasca en la que se inscribe la obra  de Chillida.

En la bidimensionalidad de  estos trabajos sobre papel, subyace la esencia del inseparable  sustrato escultórico, dotados sin embargo, de una entidad propia que no se subordina  a ningún otro fin. Sus collages, construidos con maestría a partir de la superposición de retazos de papel interconectados entre si casi de manera orgánica, dan vida  a composiciones rítmicas en las que construye  un espacio de dialogo, donde confluyen  conceptos antagónicos  tales como, la materialidad y la ingravidez o lo sólido  y lo etéreo. Mientras   las cualidades específicas del papel y su textura subrayan el aspecto  material y corpóreo de la naturaleza, las interacciones entre los bordes irregulares quemados sugieren el carácter metamórfico y efímero de la misma. Bajo esta dualidad intrínseca al mundo natural, subyace también, la dicotomía a la que nos enfrenta Chillida en un debate  entre el conocimiento de  las leyes impuestas por la naturaleza y la aspiración humana de trascenderlas. En definitiva, “somos naturaleza, pero queremos librarnos de sus trabas”.  La suya es, por  tanto, una materialidad etérea fruto de una profunda y compleja relación con la naturaleza que, entendida  como fuente de creación primigenia, nos incita también, a experimentar con  sus propios  límites.   Precisamente Heidegger decía que, la frontera, no es aquello en lo que termina algo, si no aquello a partir de donde algo comienza a ser lo que es. Es en este espacio que  trasciende a los límites, donde Chillida construye una obra trabajada desde la desnudez de forma y materia que, replegadas a su esencia primigenia, quedan liberadas de sus propias fronteras para encaminarse hacia la conquista de un  espacio total.

Eduardo Chillida fue el mejor aprendiz que el mar pudo tener. Frente a él, interiorizó, el efecto de erosión que moldea las aristas de las rocas, ese fluir del agua  que penetra entre sus fisuras  ocultas , ese mar en calma que se agita entre los soplidos del viento. Sus obras emergieron bajo la indómita cadencia de los ritmos  del cantábrico para capturar en ellos, el espacio donde todo nace y todo se rompe. El mismo donde, como él describió “en una línea el mundo se une, y con una línea el mundo se divide.