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Vintage, tendencia actual

El término vintage, de origen anglo-normando, procede del latín “vindemia” (de “vinum”, vino, y “demo”, quitar). Su uso por parte de las bodegas para referirse a los vinos de sus mejores cosechas ha hecho que su significado derive a todo producto antiguo de calidad y, desde ahí, al moderno concepto de vintage aplicado a la moda y el diseño.

Como concepto genérico, vintage es todo aquel objeto de segunda mano procedente de una época del pasado (los límites varían, pero usualmente se considera vintage lo anterior a los años ochenta o noventa), ya se trate de ropa, complementos, mobiliario, objetos de decoración o de uso, vehículos o cualquier otra cosa que se pueda imaginar. No obstante, este término se limita temporalmente; lo anterior a 1920 es considerado antiguo, quedando ya por tanto fuera de la categoría vintage. Lo retro, o “de estilo vintage”, es en cambio aquello de factura moderna hecho a imitación de los estilos de épocas anteriores. La mayor parte de los objetos o prendas vintage han sido previamente utilizados, salvo un pequeño porcentaje de piezas, frecuentemente procedentes de antiguos excedentes de producción. Se trata entonces de objetos aún más valiosos, especialmente si conservan aún sus etiquetas o embalajes originales. A la hora de identificar una prenda vintage hay que tener en consideración ciertos datos, especialmente descubrimientos técnicos o prácticas comerciales, como las etiquetas con las instrucciones de lavado o los cierres de plástico, que no aparecerán hasta los años sesenta. También ha de tenerse en cuenta que el nailon fue descubierto en 1935, pero no llegó a Europa hasta una década más tarde.

 

Dentro de la moda no hemos de olvidar los complementos, a menudo incluso más valorados que las prendas de ropa. Y dentro de este grupo destaca por encima de todo lo demás el bolso, esa pieza imprescindible que convierte un atuendo anodino en un look atrevido, personal y único. En este campo no sólo son valoradas las piezas de grandes diseñadores y firmas emblemáticas, como Christian Dior, Louis Vuitton, Loewe o Gucci, sino también todos esos diseños anónimos pero llenos de encanto, eco palpable de su época, adornados con todo tipo de pedrería y acabados, piezas sobrias o fantasiosas, pero siempre reflejo de la elegancia del pasado.

 

No podemos pasar por alto otro campo en el que lo vintage ha llegado con fuerza: el de la decoración. En este ámbito, si bien lo más conocido por el público son piezas emblemáticas como la silla Barcelona, de Mies van der Rohe, o el mobiliario danés de mediados de siglo, hay numerosos objetos que han marcado hitos en la historia del diseño del siglo XX: la silla Wassily de Marcel Breuer (1925-26), el sillón Paimio de Alvar Aalto (1930-31), la anónima silla Acapulco (años cincuenta), la silla Superleggera de Gio Ponti (1955), la Tulip de Eero Saarinen (1955-56), la Eames Lounge de Charles y Ray Eames (1956), la lámpara de suspensión PH Artichoke de Poul Henningsen (1958), la silla Panton de Verner Panton (1967) o la máquina de escribir Valentine de Ettore Sottsass (1969) son auténticas joyas de museo que van más allá de la misma categoría vintage, poseedoras de un innegable valor artístico. Dentro del diseño industrial español, destacan igualmente piezas como el sacacorchos de doble palanca que diseñara David Olañeta en 1932, los ceniceros Copenhague de André Ricard (1966) y el taburete Dúplex de Javier Mariscal (1980).

 

Aunque siempre ha existido un mercado para los objetos y la ropa de épocas pasadas o de segunda mano, el conocimiento, la demanda y la aceptación de lo vintage ha crecido de forma exponencial en los últimos años, especialmente a partir de los noventa. El aumento de este interés, principalmente en el mundo de la moda, se debe en gran parte a que influyentes celebridades del mundo del espectáculo han empezado a lucir modelos vintage tanto en las alfombras rojas como fuera de ellas: Natalie Portman, Sienna Miller, Chloë Sevigny, Tatiana Sorokko, Kate Moss o Dita von Teese son algunas de las actrices, modelos e iconos de la moda en general que han cimentado esta tendencia. A nivel general, otro factor a tener en cuenta es el creciente interés por la sostenibilidad medioambiental, por la reutilización, el reciclaje y la preferencia por reparar en lugar de tirar y comprar algo nuevo. También hemos de tener en cuenta el resurgimiento de subculturas como la rockabilly o la swing, que han jugado asimismo un papel en el aumento del interés por lo vintage tanto en moda como en decoración.

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En cuanto al interiorismo, la pasión por los estilos del pasado, de las distintas décadas del siglo XX, llegó tras la que se vivió en la moda. El boom de los estilos vintage y retro en España, especialmente en decoración y mobiliario, se debe en gran parte a la influencia de la revista “AD”, dado que hasta su aparición en España (2005) sólo se veía esta estética en revistas extranjeras. Los entendidos empezaron a adorar el mueble nórdico en los años noventa, pero el gran público lo descubrió hace sólo unos años.

 

No obstante, aparte de oscilaciones de la moda, el gusto por lo vintage se entiende como algo íntimamente relacionado con el espíritu del fin del siglo XX y principios del XXI; la pérdida de la fe en el progreso, la presunta crisis estética, la distanciación entre los creadores y el público y el desencanto con el motor de la innovación propia de la modernidad llevan a un sentimiento netamente posmoderno en el que, en lugar de mirar hacia el futuro, que se concibe incierto y oscuro, se recurre con nostalgia al pasado. No obstante, al igual que un objeto sólo es vintage si se extrae de su contexto, si se combina con otros estilos, esta mirada al pasado busca una estética idealizada, con frecuencia sin hurgar en su significado original. Al contrario, la dota de un nuevo sentido, filtrado por la mentalidad moderna y el nuevo gusto. De esta manera, la moda y el interiorismo se sirven del pasado por motivos puramente estéticos, mezclando elementos de diversas épocas y lugares, descontextualizados de su función y razón originales de modo que resalten como iconos únicos. No obstante, parte de la atracción de lo vintage es precisamente esa multiplicidad de interpretaciones y de posibilidades. Las “vintage girls” inglesas cuidan hasta el mínimo detalle de su indumentaria, teniendo muy en cuenta por qué combinan un peinado años treinta con un vestido de los años cincuenta, basándose en un profundo conocimiento de cómo se hacían las prendas en otras épocas, por qué se hacían y cómo se lucían. En cambio, la mayor parte del público sólo quiere romper la monotonía de su atuendo con una pieza única, sacada de otro tiempo, especial y bella. Y entre ambos extremos encontramos un amplísimo abanico de posibilidades, en la que cada uno puede encontrar su propio sitio, su propio estilo ya sea a la hora de vestirse a sí mismo o a su hogar.

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