Romero de Torres - Identidad y símbolo

Julio Romero de Torres se ha convertido en el embajador por excelencia del arte cordobés. A diferencia de la mayoría de los artistas que alcanzan la fama y el reconocimiento de la crítica y el pueblo a título póstumo, Julio consiguió en vida ser querido y alabado por ambos.

JULIO ROMERO DE TORRES (Córdoba, 1874 – 1930) “Retrato femenino”, 1900-1905.

No podemos hablar de esta ciudad y no pensar automáticamente en el artista y su representación de la mujer de piel morena y oscuros ojos, sus tonos verdosos azulados, o sus representaciones corporales que se plantan erguidas y orgullosas recordándonos su influencia renacentista, tanto en formas como en técnica.

La obra del artista, por sus evocaciones y por su alcance durante una época muy fructífera en los círculos artísticos a nivel mundial, supone la cimentación de la identidad propia de Córdoba. La guinda para un pastel de siglos de producción pictórica y plástica de la ciudad, -aunque actualmente goza de buena salud-, podemos cerrar con Julio lo que se consideraría arte figurativo “clásico”, clásico entre comillas pues sus representaciones no pueden ser más modernas al mismo tiempo, reivindicando la fuerza de la mujer.

Córdoba romana, árabe y judía envuelven de misterio y silencio la obra del maestro. Aunque se sintiera atraído por la técnica de los primitivos italianos, absorbiera el eco de los prerrafelitas y versionase de una manera más mística y menos obvia el simbolismo francés, no desarrollaría en su obra un plan preconcebido, si no que se dejaría llevar por el espíritu de su ciudad.

Como bien describía el crítico y coleccionista de arte Antonio Manuel Campoy: «En Romero de Torres se corporeizan la luz y la sombra del más antiguo legado andaluz: el dualismo del amor y de la muerte, Eros y Thanatos. No con los frenesíes y patetismos de gótico y del barroco que él tuvo tan próximos siendo niño en la pintura y escultura cordobesas, tan dionisíacas por expresionistas. Su andalucismo es sereno y equilibrado, tranquilo, casi ataráxico: cordobés, estoico contemplativo como un verso de Lucano o un pensamiento de Séneca, y si no es enteramente apolíneo es precisamente por el elemento judío que anida en los ojos de sus mujeres, el mismo que crispa la saeta y la seguiriya, el que siembra de inextricables talmudismos la poesía de don Luis de Góngora».

Una parte no muy considerada de la obra del autor la constituyen los carteles, que diseñó en gran cantidad. Supone, no obstante, un elemento esencial, especialmente por ser indicador de su personalidad artística, por la clase de interés que revela con respecto al mundo. A través de los carteles e ilustraciones que realizó para numerosos eventos y libros, Romero de Torres participa del estilo de su época. Al inicio, eran atuendos como mantones que recubrían un aire femenino muy cargado. En la medida en que pasan los años y se integre a la noche brillante que personificaba Ramón del Valle Inclán, las escenas serán cada vez más audaces, cada vez estarán más impregnadas del erotismo de moda.

JULIO ROMERO DE TORRES (Córdoba, 1874 – 1930). “Cártel de la feria de Córdoba”, 1913.
VÍDEO INÉDITO DE ROMERO DE TORRES PINTANDO

La composición muestra a dos mujeres desnudas; a la izquierda Margarita Goudon, una bailarina rusa muy conocida como “la rusa” en el Madrid de los años veinte; y a la derecha la modelo Asunción Vouet. Ambas totalmente desnudas y ataviadas simplemente con zapatos. La primera de perfil, con el cuerpo y el rostro erguido, orgullosa y desafiante. La segunda que mira con expresión lúgubre y de reojo la soberbia de su rival. Las dos mujeres se disputan al hombre, representado como el sombrero cordobés boca arriba, presagiando infortunios, según la simbología taurina. Esta potente escena, se enmarca en entre los divanes y cortinas de raso que componen el fondo, aportando gran carga erótica a esta escena de “duelo”.

Julio Romero de Torres se crió en un ambiente familiar e intelectual, su padre Rafael Romero Barros era pintor, maestro y escritor por lo que poseía una gran cultura general que inculcó a sus ocho hijos, casi todos vinculados al arte, la arqueología y la conservación y difusión de nuestro patrimonio. Entre ellos cabe destacar, además de Julio, a Enrique y Rafael. El mayor, Enrique, fue pintor, conservador y dirigió el Museo de Bellas Artes de Córdoba hasta 1941. Al igual que su padre, fue un hombre de letras pero quizá su máximo logro fue su carrera como arqueólogo y sus importantes descubrimientos e implicación en los hallazgos romanos y califales en la ciudad. Rafael, el primogénito, fue un magnífico pintor y dibujante cuya carrera se vio truncada a una jovencísima edad siendo considerado por muchos críticos de la época el mejor dotado técnicamente de los hermanos.

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