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Francesco FIERAVINO, IL MALTESE (Malta, c. 1610 – Italia, 1670), Lote 33008011

Francesco FIERAVINO,  “IL MALTESE” (Malta, c. 1610 – Italia, 1670).
“Interior con animales y aves muertas”.
Óleo sobre lienzo.
Medidas: 124 x 204 cm; 141,5 x 215,5 cm (marco).

El pintor barroco Francesco Fieravino fue conocido como “Il Maltese” por su país de origen. Se especializó en bodegones e interiores protagonizados por lujosos tapices y alfombras.
En este lienzo el artista nos ofrece un espacio amplio, para tratarse de un bodegón, un interior con suelo jaqueado de baldosas, en el que vemos dos arcones, uno a cada lado. El de la zona izquierda aparece cubierto por una rica alfombra oriental, típica de la obra de “Il Maltese”, trabajada con colores suntuosos y luminosos, y cuya calidad, su tela pesada y densa, rica, aparece reflejada con gran naturalismo, gracias a una pincelada precisa y controlada, que llega a plasmar incluso los hilos uno a uno. Sobre este arcón se sitúa un gran almohadón, también de tela rica, brocada, y encima de él vemos a un perro de pelaje oscuro, cuyo cuerpo se confunde con las sombras que envuelven el fondo. Esta zona del cuadro queda cerrada limpiamente con la presencia de un suntuoso cortinaje, de nuevo típico del autor, en tono oscuro y dorado.
La composición se abre en el centro, y vemos un plano de pared, sobre el que destaca la borla ornamental de este cortinaje, junto a la figura de un papagayo de bellos colores, envuelto en penumbra. En el lado derecho de la escena el arcón aparece desnudo, sin telas ricas que recarguen cromáticamente la composición, dado que en esta zona proliferan las figuras de animales. Vemos a dos pavos vivos, de plumaje trabajado en un tono negro intenso y brillante, y junto a ellos y en primer plano, en el suelo, varias aves salvajes muertas. El cromatismo tendente a los tonos oscuros de esta parte de la composición queda compensado con la presencia de dos cestos, cuyo cromatismo ocre refleja la luz, clarificando la construcción tridimensional del espacio.
Más allá vemos un segundo arcón situado sobre el más grande, también de madera, y encima de él una espada, cuya empuñadura destaca por los brillos que la luz arranca al metal. La composición queda así claramente organizada en dos planos de profundidad, el primero y principal, donde se sitúan los elementos más importantes del bodegón, iluminada por una cálida luz natural, de la que no vemos el foco de origen por quedar en un lado del cuadro. Sin embargo, esta luz entra por el lado izquierdo, tal y como ocurre con el foco tenebrista típico de los caravaggistas, cuya influencia se puede apreciar en este lienzo.
Aunque los juegos de luces y sombras no son absolutamente protagonistas, Fieravino demuestra aquí su conocimiento de la escuela naturalista derivada de la obra de Caravaggio, a través de un tratamiento lumínico muy pensado, contrastado, que juega con la yuxtaposición de zonas fuertemente iluminadas con otras de media sombra, delicadamente matizadas, y la densa oscuridad del fondo, que centra nuestra mirada en el primer plano.

 

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