Warhol: arte, fama y política
Varias décadas antes de la invención de los reality shows y del impacto de las redes sociales en el fulgurante ascenso hacia la fama, el padre del pop art, Andy Warhol, sentó las bases de la actual cultura de la celebridad vaticinando, en la que es probablemente su frase más recordada, un futuro donde todo el mundo tendría sus 15 minutos de fama. Desde su adolescencia, un frágil e inadaptado Warhol soñó y dibujó desde su cama un mundo del celuloide que por aquel entonces parecía inaccesible. Sin lugar a duda, New York, ciudad en la que a finales de los años 40 se abrió camino en el campo de la ilustración, marcaría un punto de inflexión definitorio en su trayectoria. La gran manzana fue también la ciudad donde pudo observar de cerca el glamour que rodeaba la vida de personajes que como el escritor Truman Capote le habían fascinado desde su juventud. En ese instante tuvo claro la gran meta que deseaba alcanzar: fama, dinero, lujos y un séquito de periodistas tras sus huellas.
La vida y obra de Warhol nos demuestra que nadie como él supo entender el engranaje del star system y las bases sobre las que el sistema capitalista mide la felicidad. En su fascinación por la fama, Warhol hizo de sí mismo su propia marca, conquistando a una sociedad de consumo que lo convirtió en un verdadero icono de su tiempo. Con una innegable capacidad para transformar lo mundano en especial, la fama en arte y lo efímero en norma, logró ser parte de un imaginario colectivo en el que la sociedad encontró el fiel reflejo de su identidad.
Como no podía ser de otra manera, las estrellas de cine, cantantes, miembros de la jet set e incluso los políticos se convirtieron en absolutos protagonistas de la multitud de retratos que, desde comienzos de los años 60 hasta su muerte, produjo casi de manera obsesiva. Muestra de ello, es el icónico retrato de Liliann Carter que el próximo día 17 licitaremos en Setdart. Convirtiendo la excentricidad en su forma de vida, la trayectoria de Warhol así como el vínculo que le unió a diversas celebridades, nos ha brindado alguna de las anécdotas más inverosímiles de la historia del arte, como es, sin lugar a dudas, la que se esconde tras la obra que nos ocupa.
En 1977, tras realizar el retrato de la campaña presidencial del candidato demócrata Jimmy Carter, Warhol acudió a la recepción del ya presidente electo de los Estados Unidos en la Casa Blanca. Allí coincidiría con la señora Carter con quién pronto forjó una peculiar amistad. Unos meses después, la gala de premiación de la madre del presidente en el mítico Studio 54 se convertiría en el escenario de un sonado reencuentro que acaparó todas las miradas y flashes de los allí presentes. Durante la velada, Lili presenció junto a Warhol uno de los shows más famosos y controvertidos del local: de repente, descendiendo sobre el escenario apareció un decorado con una enorme luna llorando lágrimas hechas de luz . Acto seguido, y frente a la perplejidad de Lilian, una inmensa cuchara llena de pequeñas bombillas blancas se acercó a la nariz de la luna, que, tras haber simulado esnifar cocaína, se puso a sonreír. Al terminar la noche, una atónita Lilian le confesó al propio Warhol no saber si había estado en el mismísimo cielo o en el infierno.
Como solía ser habitual, el retrato de Lilian parte de una fotografía tomada durante uno de los actos de la campaña presidencial de su hijo. Tanto en este dibujo como en la serigrafia que también protagoniza, Warhol demuestra su habilidad para resolver una figura en apenas unos pocos trazos que nos revelan la identidad de la protagonista destacando ciertos elementos y rasgos distintivos de su imagen. A pesar de renegar públicamente de cualquier interés por la política, Warhol recurrió a ella en más de una ocasión materializando la atracción que sentía por las ambiguas fronteras que separan el ámbito político del reino de las estrellas. Mezclando ambos mundos, contribuyó a crear una imagen que en su particular interpretación, incorporaba el concepto de celebridad a los personajes de la política, adquiriendo en sus manos, el estatus de icono.
Considerado como el artista norteamericano más influyente de la segunda mitad del siglo XX, Warhol hizo realidad el ansiado sueño americano alcanzando el estrellato con tan solo 30 años.